FANECA

domingo, 8 de mayo de 2011

Sistemas de evaluación académica. I. A dónde hemos ido a parar. Por Juan Antonio García Amado

I. Necesidad de un enfoque institucional.

Las apreciaciones que siguen están hechas desde los planteamientos y la experiencia de las ciencias llamadas, sociales, jurídicas y humanas. Para las llamadas ciencias naturales o ciencias “duras” serán de aplicación muchas de estas consideraciones, pero habrá también que hacerles algunas precisiones, en razón de su especial situación y de sus peculiares hábitos y tradiciones disciplinares. No hace falta ni mencionar un claro elemento diferenciador: mientras que en la mayor parte de tales ciencias “duras” hay claros criterios de valoración o “indexación” de las publicaciones, esos criterios o faltan o están fuertemente “contaminados” de intereses e ideología en las disciplinas de las que preferentemente pretendemos hablar en este momento.

Elegimos aquí una perspectiva institucional en lugar de una individual. Expliquemos la diferencia entre ellas.

La óptica institucional es la que juzga los resultados esperables o acontecidos de un sistema de evaluación a tenor de los fines de la institución o instituciones de referencia –en este caso las que conforman el sistema universitario o, en un sentido más amplio, el sistema científico-académico-. Ahora bien, dicho enfoque institucional tiene que vincular esos fines de la institución con el interés general, para que no se produzca distorsión por obra del interés que podemos llamar subjetivo-institucional. Con esta última noción aludimos a los intereses particulares de tal o cual entidad concreta –la Universidad X o la Universidad Y- o, más claramente y más comúnmente, de ciertos grupos que detentan el control o el poder de esta o aquella universidad concreta o de cada una de ellas: rectores, gerentes, cargos políticos con competencias universitarias…

Por consiguiente, reivindicamos, como presupuesto metodológico, una perspectiva institucional pura, es decir, aquella que –en la medida de lo posible- atienda nada más que a los intereses que son justificación y razón de ser de la institución universitaria: investigación y docencia de calidad, orientadas ambas al progreso del país. Asumimos la siguiente correlación, cuya negación supondría un radical cuestionamiento del papel tradicionalmente asignado a la universidad: ese progreso está en directa proporción con la calidad de la investigación y la formación universitarias.

Esa perspectiva institucional pura se liga, por tanto, al interés general y no a intereses meramente personales o a intereses subjetivo-institucionales. Quiere decirse que los sistemas de evaluación tienen que ser valorados por sus rendimientos para esa parte del interés general cuyo cultivo a la universidad compete, y no desde sentimientos de justicia o injusticia parciales o sesgados. Se trata de objetivar en la mayor proporción posible el análisis de los resultados de los sistemas de evaluación, “despersonalizándolos”, por así decir. Esto es, cabe que un sistema sea justo o adecuado, bajo este punto de vista que proponemos, aunque muchos aspirantes a evaluaciones positivas se sientan maltratados por él, o aun cuando ciertos gestores o determinadas instancias políticas lamenten sus resultados por ser disfuncionales para sus intereses[1]. De la misma manera, un sistema puede ser considerado tremendamente equitativo y apropiado por los candidatos o por tales o cuales instituciones –los rectores, los consejeros autonómicos, los partidos dominantes…- y constituir, sin embargo, una carga de profundidad que puede terminar con la institución universitaria misma o con su sentido.

Una consecuencia práctica y política de lo que acabamos de exponer es la siguiente: sobre los sistemas de evaluación universitaria el poder político puede dialogar, pero no debe negociar. El interés general no tiene más representación que la representación general: en democracia, la representación política. Todos los demás interlocutores posibles defienden intereses parciales y tratarán de imponer ese interés de cada uno sobre el interés general al que tiene que servir las universidades. Permítase una comparación. Si los criterios para la elección de los futbolistas que han de ser llamados a la selección nacional se negocian con los distintos clubes y las asociaciones de jugadores, los jugadores o los equipos de segunda división intentarán imponer un sistema de cuotas a su favor; y los reservas habituales de los equipos de primera reivindicarán su derecho a una oportunidad también. Y así sucesivamente. Nunca ganará partidos importantes una tal selección de retales y demagogias. Si a nadie se le ocurre semejante proceder “negociador” en materia deportiva, pues parece evidente que el objetivo es el éxito deportivo de las diversas selecciones, ¿por qué las normas universitarias y los criterios de selección académica se pactan con sindicatos, rectorados, asociaciones de tal o cual y demás entes intermedios y corporativos?

II. Evaluación de la investigación y la docencia: despropósitos vigentes.

II.1. Disfuncionalidad radical de los actuales sistemas.

Un sistema de evaluación es disfuncional y contraproducente cuando está organizado de tal manera que fuerza un divorcio entre los intereses de los individuos que quieren ser positivamente evaluados y los intereses de la institución como tal. Los vigentes sistemas de evaluación son de esa forma disfuncionales y contraproducentes en su mayoría, y paradigmáticamente el de acreditación para cátedras y titularidades de universidad, pues llevan a esos candidatos a organizar su carrera o su actividad de forma tal que sus rendimientos para la institución decrecen o no se producen de la mejor forma.

Veámoslo primero con la comparación futbolística. Si para formar parte de la alineación titular de un equipo de primera o de la selección nacional de fútbol fuera condición muy importante, entre otras, la de tener grandes conocimientos sobre historia del deporte y sobre alineaciones de los equipos de todos los tiempos y lugares, los jugadores tendrían que gastar una gran parte de su tiempo sentados, estudiando. De esa manera, por un lado, seguramente engordarían y, por otro lado, tendrían que restar dedicación al entrenamiento y al cuidado físico. La consecuencia sería evidente: bajaría la calidad del juego de esos equipos. Y resultaría absurdo todo el sistema, además, ya que, al tratarse de una práctica deportiva, poco sentido tienen aquellas exigencias de alarde memorístico o de erudición fuera de lugar. Pronto veremos con la misma claridad ciertas correspondencias con el actual sistema universitario.

II.2. Desglose de la disfuncionalidad del actual sistema.

Repasemos la noción esencial. Un sistema de evaluación es institucionalmente disfuncional cuando las posibilidades de evaluación positiva de un candidato disminuyen cuanto mejores son sus prestaciones profesionales para la institución de referencia y cuando, correlativamente, la disminución o la perversión de esas prestaciones aumenta para dicho candidato sus probabilidades de éxito en la evaluación.

A día de hoy, pocos ejemplos mejores de tal disfuncionalidad se hallarán que el que predomina en la ANECA y las agencias autonómicas para la evaluación del profesorado que aspira a acreditaciones para plazas de profesorado funcionario o de profesorado contratado. Fundamentemos este dictamen general mediante los correspondientes análisis parciales.

a) Cantidad antes que calidad; cantidad sin control de calidad.

Esta es la pauta generalísima que impera. Los currículos se examinan al peso y sobre la base de un presupuesto que, al menos en las ciencias sociales, jurídicas y humanas, no se justifica: el de que cada fruto que se exhibe, cada logro, cada mérito, ha llegado a ser tal sobre la base de algún exigente filtro previo. Se presume que opera un sistema de controles tan fuerte y eficiente, que evitaría que alguien presentase como mérito lo que no contuviera valor ninguno. Es una presunción radicalmente inmotivada, una auténtica ficción.

Además, el propio sistema de evaluación vigente pone las condiciones para que ese carácter ficticio de los méritos y del sistema de su acopio se acentúe en lugar de corregirse. Concretando más: se da por sentado que si un artículo se publica en determinadas revistas es porque ha superado un muy crítico examen por pares anónimos; que si se ha dirigido una tesis doctoral que ha obtenido la máxima calificación, ésta refleja el veredicto serio de un tribunal independiente, ecuánime y muy profesional; que si un profesor ha pasado una temporada en una universidad o centro de investigación internacional con financiación de algún organismo público, este organismo financiador habrá fiscalizado fehacientemente el trabajo y los resultados; que si un profesor presenta una serie de evaluaciones positivas de su docencia, basadas en encuestas a sus alumnos, dichas encuestas han sido elaboradas solventemente, sus resultados corregidos para evitar manipulaciones y la calidad de la docencia filtrada de algún otro modo para evitar la demagogia profesoral que busca sólo el éxito de dichas encuestas; que si un profesor exhibe una certificación de haber expuesto una comunicación en un congreso de su especialidad, la organización de dicho congreso sólo proporciona tales certificados a quienes efectivamente presentaron esas comunicaciones y, además, después de haber sido seleccionadas por un procedimiento riguroso y objetivo; etc; etc, etc.

Cualquiera que sepa algo de lo que ahora mismo está ocurriendo en nuestras universidades y con las evaluaciones de estos tiempos, es consciente de que creer todo eso supone un acto de fe realmente esforzado, implica tomar por verdades las falsedades más descaradas. Mas, insistimos, no importa sólo la sistemática deformación de la realidad particular de muchos investigadores y del balance general, sino que pesa tanto o más la dinámica degenerativa que se ha introducido con estos sistemas. Por decirlo con un ejemplo: si hasta hace bien poco era común que antes de los cuarenta y tantos años un profesor de cierta calidad no hubiera dirigido más de tres o cuatro tesis doctorales, pronto los veremos de treinta y cinco que ya tienen diez o doce en su haber. Las estadísticas darán una productividad doctoral que a algún despistado le puede hacer pensar o a que hay un aumento loable de la investigación y que superamos el promedio alemán o el finlandés. Para nada. Pues serán, en su gran mayoría, tesis doctorales a beneficio exclusivo del currículo de su director y para bien de su acreditación siguiente. Nadie reparará en si hay dentro de ellas calidad o no, investigación seria o descarada estafa. No lo hará el tribunal ante el que la tesis se defiende, pues se compondrá por amigos movidos por el viejo principio de hoy por ti y mañana por mí, y no lo harán los evaluadores de la correspondiente agencia, que no tendrán esas tesis a su alcance, ni siquiera para echar un somerísimo vistazo al índice. Otro signo de los sistemas educativos y de investigación de nuestro país durante estos años: todo empeora para que las estadísticas mejoren.

Podríamos descomponer el análisis en cada uno de los aspectos que como ejemplo se mencionaban hace un momento, y más, pero quedémonos tan sólo con unos pocos: valoración de monografías, artículos de revistas, y estancias de investigación.

- Monografías. El sistema editorial español funciona, en los ámbitos disciplinares a los que nos estamos refiriendo principalmente, bajo la combinación de dos factores: dinero y grupos de control. Un investigador escribe un buen libro de carácter monográfico (con los manuales no hay problema, aunque sean pésimos) sobre un tema con escasa salida comercial. Téngase en cuenta que esa salida comercial tiende a restringirse en nuestros días, debido a factores tales como la crisis general del libro y la letra impresa, las restricciones económicas y de simple desinterés que se aplican a las bibliotecas universitarias y las nuevas olas pedagógicas, que ponen el énfasis en lo audiovisual frente a lo escrito, al viejo modelo de Educación y Descanso. Ese investigador envía su obra a las editoriales del ramo y las respuestas van a ser de dos tipos: que no o que sí, pero previo pago de unos tres mil euros, bien en metálico o bien en compromiso de compra de ejemplares. Normalmente ese dinero se pagará. ¿Del bolsillo del profesor? A veces, pero por lo general de los fondos de algún proyecto de investigación financiado del grupo al que pertenezca.

Por supuesto, nadie, absolutamente nadie en esa casa editorial, ha examinado ni una sola línea de ese libro que sale de sus prensas. El control de calidad brilla por su ausencia. Puede estar lleno de errores y/o de faltas de ortografía y de terrorismo sintáctico. No importa, es un libro publicado en una editorial “de prestigio” y como tal será considerado por el evaluador de agencia, quien, por lo demás, tampoco lo habrá recibido con el currículum y no dispondrá de él, salvo que se tome la molestia de procurárselo por su cuenta.

Pero existe otra posibilidad: que algún colega amigo o de la propia escuela maneje, por las razones que sean, buenas o malas, alguna colección en alguna editorial. En ese caso el libro se publicará sin costes para el autor o con costes menores o costes de otro tipo. Pero el control de calidad será reemplazado por el de afinidad: se te publica porque eres de los nuestros o porque vas a serlo en adelante. Roma no edita traidores.

Naturalmente –y hay que decirlo bien alto- hay excepciones a lo que acabamos de decir. Las hay, sin duda, en algunas editoriales, algunas colecciones y algunos directores de colección. Las hay, sí, pero pocas.

O digámoslo de otra forma. Hay investigadores cuya calidad se impone por sí misma y cuyas obras son aceptadas por los editores y las colecciones para formar parte de ese “fondo de armario” duradero y que da prestigio. Pero son nada más que unos pocos en cada disciplina. Su fama habla por sí sola y cualquiera que de tal materia tenga algo de noticia podrá evaluar positivamente hasta antes de ver tal libro. Ese papel jugó tradicionalmente la fama académica. Mas en muchos casos, desgraciadamente, las cosas funcionan a la inversa: ver el libro es peor. No sabemos quién es al autor o cuánto valdrá, más vemos que tiene un libro y lo juzgamos a tanto alzado; si lo leyéramos, descontaríamos.

- Artículos de revistas. Es muy posible que las ciencias más duras tengan revistas durísimas en las que cada artículo sea concienzudamente revisado por pares sin par, anónimos e independientes a carta cabal. En las ciencias nuestras no sucede tal por lo común; ni de lejos.

Lo habitual es que cuando algún profesor, como los que suscriben, recibe de alguna revista un texto para dictamen, con el nombre del autor convenientemente eliminado, sepa de inmediato quién es el autor. No ya porque en la nota dos venga aquello de sobre este tema véase nuestra obra anterior: López López, Lope, “Esencia y valor de la gracia santificante”.., sino porque, incluso sin tales fallos, los especialistas que se mantienen al día conocen perfectamente el estilo, los temas y las tesis de sus colegas; y los que no están al día no deberían evaluar nada.

Y más. Quien decide el nombre de los evaluadores decide grandemente, al tiempo, los resultados de la evaluación. En disciplinas en las que el alineamiento teórico tiene un alto contenido ideológico, en el más amplio y menos negativo sentido de la expresión, basta muchas veces pedir la opinión de quien se adscribe a las tesis opuestas a las del artículo evaluable, para condenar a este a las calderas de Pedro Botero, aun cuando el nombre del que lo perpetró se guardara a buen recaudo. Si, además, el nombre se descubre y hay cuentas pendientes que se puedan ajustar con nocturnidad, para qué decir.

Las revistas de prestigio lo tienen, las que lo tienen, de resultas de una muy consciente y deliberada política de publicaciones de calidad, basada en decisiones tomadas y asumidas por su comité de dirección y sin necesidad de subterfugios, a cara descubierta. Todos conoceremos alguna de esas revistas en las que tiene buen mérito publicar. Y también sabemos de otras, muchas, plagadas de comités, juntas, revisores, asesores y evaluadores con antifaz, en las que se aplica el más esmerado sectarismo académico o en las que se cuelan los más horrendos artículos, pese a tanto cinturón de académica castidad.

Pero, a día de hoy, en estas materias las evaluación va al peso. A tanto por artículo, sea de Agamenón, de su porquero, o de ambos, por orden de firma. Si acaso, a tanto por artículo de hasta diez páginas, a tanto entre diez y veinte y un poco más si las veinte se rebasan en tres o en treinta. Ni siquiera la báscula suele ser muy precisa.

Cabría que quien evalúa leyera esos artículos, pero no está previsto. No se le impide propiamente, pero no se le envía más que, si acaso lo demanda, fotocopia de la página inicial y la final, que son las que importan para contar las que son. Cierto que a veces podría procurarse las otras por su cuenta, pero tampoco se le paga para tamaño esfuerzo.

- Estancias de investigación, en particular en centros extranjeros. También es de suponer que en las ciencias con tradición más exigente resulte determinante el prestigio del centro investigador en el que el candidato haya sido recibido durante un periodo más o menos largo. En las nuestras no suelen estar bien marcadas esas jerarquías, aunque los nombres de algunas universidades anglosajonas presten un suplemento de prestigio. Pero, trátese de Oxford o de Oporto, lo esperable sería que en el cómputo de méritos se atendiera antes que nada a los resultados del la estancia, no al mero haber ido allá y presentar una certificación de que allá se estuvo. Y cuando decimos resultados, no nos referimos al número de semanas o de meses de permanencia en el sitio, sino a la expresión de la investigación cumplida. Sin embargo, si ese tiempo y tal dedicación han dado pie a tres artículos, por ejemplo, ya contarán esos méritos en el apartado de publicaciones. ¿Qué suplemento digno de ser tomado en cuenta añade el lugar al objeto, puesto que el lugar, y el tiempo, en su caso, computan como mérito en sí? ¿Por qué un excelente artículo de revista pergeñado en la universidad propia se cuenta nada más que como otro artículo y, en cambio, un artículo del montón preparado en París o Roma vale como un artículo más, igual que el otro, y, además, puntúa también en el apartado de estancias de investigación?

b) Méritos a mayor abundamiento que acaban resultando esenciales.

Cualquiera que tenga o haya tenido niños sabe que, cuando son bien pequeños y se les hace un regalo, es mejor no envolverlo en papel muy llamativo, pues el pequeño acaba jugando con el envoltorio, feliz, y despreciando aquel sofisticado juguete de última generación que nos costó, entera, la paga extraordinaria. En la universidad hemos retrocedido a esa fase primaria del desarrollo humano. Cuanto más se descuida y menos se aprecia el trabajo que propiamente nos justifica, la docencia de calidad mostrada mediante sus resultados y la investigación de alto nivel, más relevancia se concede a la gestión, exposición y exhibición de la docencia y la investigación. En la docencia los métodos están suplantando a los contenidos. Enseñe bonito y muy moderno, audiovisual y en red, aunque no enseñe gran cosa. Recuérdese que en muchas evaluaciones del profesorado existe un apartado referido a “materiales docentes en red” y cosas por el estilo. Ni que decir tiene que el evaluador no accede a lo que en la red se ha enredado, sino que habrá de limitarse a dar los puntos pertinentes si algo se ha puesto en el ciberespacio o en el correspondiente servidor, o a negarlos porque no se ha enseñado a distancia, aunque sea excelentísima la enseñanza en presencia.

Y para qué hablar de la gestión. En cualquier universidad son ya más los gestores de la investigación que los investigadores propiamente dichos o que merezcan el nombre. A medida que la burocracia y las labores de gestión quitan el tiempo para investigar y que, en consecuencia, los resultados se adelgazan, la investigación se gestiona, se exhibe y hasta se transfiere con auténtico alarde: ferias de investigación, jornadas, congresos, certámenes, concursos para jóvenes investigadores y para universitarios de la tercera edad, semilleros, incubadoras, empresas y empresarios que asisten a la hora de los canapés y se informan sobre cómo lleva su carrera aquel sobrino… El envoltorio. Ya que hemos dicho empresas, quedémonos con el ejemplo. Con lo que cada universidad gasta al año en institutos, centros, fundaciones y eventos que llevan el apellido “Universidad-Empresa”, se mantendrían varias empresas de verdad; con los fondos que cada curso se emplean para subvencionar seminarios y congresos sobre técnicas y métodos de diálogo con las empresas, sobre como patentar patentes o sobre “coaching” académico-empresarial termodinámico, se mantendría algún buen laboratorio apto para patentar ciertamente un día alguna cosa. Por cada metodólogo de la investigación que se alimenta, se suprimen un par de plazas de investigador real. Por cada sesión de cursos sobre metodología docente que se organiza hay tres becarios de investigación que, cumplida su beca y acabada su tesis, se marchan a otro país porque aquí ya no hay sitio para investigar, sólo para gestionar la investigación y disertar sobre sus variados métodos. Con lo que cuestan los cursos de actualización pedagógica para el profesorado con ocasión del sistema de Bolonia, se podría evitar la reducción de plantillas profesorales que se está aplicando mientras se instalan los nuevos planes, pues resulta que, ahora que nos han enseñado las técnicas del trabajo en grupo, los grupos se nos han vuelto multitudes, y ahora que vamos dominando la tutoría personalizada, tenemos que tutelar muy personalmente a cincuenta estudiantes cada tarde. Ah, y no olvidemos que también computa, a efectos de evaluación del profesorado, la asistencia a tales eventos de formación docente e investigadora. Como si nos adiestraran para la talla en madera cuando se hubieran acabado los bosques.

Es el culto al envoltorio, el vicio del celofán. Importa la gestión por la gestión, buena o mala, eleve una universidad, un departamento o una facultad o los hunda, pues tampoco aquí -aquí menos aún, si cabe- se toman en consideración los resultados del gestor: importa haberlo sido y descuenta no haber gastado tiempo en eso por dedicarlo “egoístamente” a enseñar e investigar, nada más. Con los efectos perversos esperables, ya que se ha desatado la lucha por el cargo, cómo no. En estos tiempos de recortes, mientras las plantillas menguan y los dineros para medios de todo tipo se recortan, aumentan los cargos de gestión y, con ello, los costes de gestión. Es arriesgado presentar ante la agencia evaluadora un expediente en el que no conste que se ha sido secretario de alguna cosa o vicedecano de algo, como mínimo. Urge que se elaboren estadísticas para mostrar qué porcentaje del profesorado funcionario carece a día de hoy de cargo universitario de gestión. Sin la más mínima duda, no serán ni la cuarta parte los profesores que no tengan alguno, al menos en las universidades de tamaño pequeño y mediano. Paradójicamente, se trata de gestionar aquellas actividades que ya no se pueden desarrollar (desenvolver), por falta de tiempo y de medios, tiempo y medios que se lleva la gestión, precisamente. Va quedando nada más que el envoltorio, el seductor papel de colorines, el folleto, los muñequitos.

c) Autoevaluación y heteroevaluación, las dos viciadas.

Precisemos la tesis de fondo que intentamos ilustrar. En sí, ninguno de los apartados que suelen aparecer en los actuales sistemas de evaluación del profesorado por agencias es necesariamente inadecuado. Podrá y deberá discutirse el valor que a cada apartado se asigna, pero nada obsta a que se tomen en positiva consideración, además de la investigación y la docencia, la gestión, la dirección de tesis doctorales, la presentación de comunicaciones y ponencias congresuales, la organización de eventos, las estancias en centros investigadores, etc. El problema, muy grave, se desencadena y engorda cuando la evaluación de esas actividades se desvincula del control efectivo de la calidad de sus resultados, tal como indiscutiblemente está ocurriendo. Porque en cuanto el profesorado pendiente de futura evaluación es consciente de tal circunstancia, se convence de que el currículum más apto para la evaluación es completamente distinto de un buen currículum o un currículum de calidad constatada y contrastada, reorganiza su actividad para el objetivo personal de la promoción y se desentiende de cualquier otro criterio cualitativo o institucional. Y si, como también sucede, quienes evalúan no disponen de los medios ni el incentivo para restaurar y hacer valer ese punto de vista de la calidad objetiva, de los resultados cualitativos, y del interés institucional, el círculo se cierra irremisiblemente. Por eso hemos señalado ya que resulta de todo punto imperativo reformar el sistema para reacomodarlo al interés general y para, en consecuencia, recuperar el papel y la función que dan sentido a las universidades.

d) De aquí a diez años todos catedráticos y casi todos sin cátedra.

Las primeras hornadas de candidatos a la acreditación para profesores titulares y catedráticos presentaron sus currículos tal y como los tenían. El veredicto habrá hecho justicia a muchos e injusticia a más de cuatro, unas veces por defecto y otras también por exceso. Pero no es eso lo que en este instante estamos juzgando, sino el sistema en sí y en su funcionamiento presente y previsible. Muchos de los que tuvieron resultado negativo recibieron una motivación en la que con suma frecuencia se les hacía saber que les habían faltado puntos decisivos por causas tales como no haber dirigido tesis doctorales, no haber figurado como investigadores principales de proyectos competitivos financiados, no tener experiencia de gestión, no haber realizado estancias de investigación en el extranjero o no haber recibido cursos suficientes de actualización pedagógica. Todo eso se arregla fácil. La próxima vez no habrá fracaso.

Esos mismos y cuantos vinieron y vienen detrás habrán aprendido una doble lección y no volverán a incurrir en los mismos fallos. Por una parte, acumularán direcciones de tesis, buenas o malas, acudirán a cursillos con pedagogos, buenos o malos, rogarán cargos aunque ningún interés o vocación tengan para gestión alguna, pedirán proyecto tras proyecto hasta que alguno sea bendecido y dedicarán unos pocos trimestres a recorrer tentadores lugares donde se emitan certificados de que estuvieron allí investigando, sea verdad o no que investigar fue lo que hicieron. Por otra, segunda lección, habrán comprobado que jamás, o casi nunca, se deniega a un candidato su acreditación con el argumento que son de baja calidad o incluso lamentabilísimas sus publicaciones. Lo cual, por otro lado, habría que fundamentar con mucho rigor y no bastaría afirmarlo a humo de pajas. Pues bien, sabido es que los evaluadores no leen esas publicaciones, ni las hojean normalmente, puesto que nadie se lo pide y supondría un trabajo cansado y, ciertamente, no pagado. Con esos dos datos, cualquier aspirante a acreditación puede, a unos pocos años vista, planear y rellenar un currículum a la medida de su conveniencia y de los muy objetivos criterios de la ANECA. Ya habrá ahí de todo, y al bulto impresionará ese expediente personal. Lo que esté debajo del envoltorio sabemos que no importa. Se evalúa nada más que el paquete; su tamaño, no el rendimiento.

El efecto consiguiente será que, si el sistema no se modifica de modo radical, pasando a uno de evaluación de la calidad de los resultados, de aquí a diez años en todas las universidades el número de catedráticos rebasará con mucho al del resto de las figuras profesorales y, por lo mismo, todo profesor contratado logrará su acreditación para titular en un plazo no muy superior a un lustro desde el inicio de su contrato.

Dado que las plantillas están ya muy descompensadas, que la crisis económica no amainará en una buena temporada y que las bolsas de acreditados (especialmente para cátedras) presionarán a rectores que necesitan cada tanto el respaldo de las urnas, la situación esperable tendrá mucho, seguramente, de lo que los físicos llaman entropía. O las universidades se convertirán en agujeros negros que devorarán todo resto de trabajo docente e investigador bien hecho. Antes, todo el mundo compondrá currículos absurdos para acreditarse; después, cada cátedra en particular se disputará, de puertas adentro de cada universidad, con un voto entre los dientes. No ganará quien más calidad guarde, pues ni el sistema de acreditación ni la regulación de los concursos en cada institución están pensados para que la calidad se imponga. El primero ha quedado a merced de los pícaros y el segundo lo manejarán, cada vez más, los grupúsculos internos, las familias políticas y las escuelas con influencia “transversal”.

En resumen, que el futuro esperable es el de que unos, los más jóvenes, anden buscando cargos y encomiendas diversas para poder acreditarse, y que los otros, los ya acreditados, persigan también los cargos, pero para sentarse a la diestra de rector y atar su promoción propia o la de la familia. La investigación real y la preocupación por la formación de los estudiantes habrán hecho definitivo mutis por el foro; o, mejor dicho, quedarán de cuenta de nuevas oficinas, áreas, departamentos, institutos y direcciones que las gestionen con maneras de pescadilla: mordiéndose la propia cola.



[1] El presente nos brinda ejemplos de claridad palmaria. En los concursos de las universidades para otorgar plaza entre profesores acreditados, el interés indudable de cada universidad es siempre y sin duda que venza su candidato propio, el local. Que ese interés de esta o aquella universidad sea “comprensible” en términos de sus políticas de personal, de plantilla o, incluso, electorales, no quita para que bajo el punto de vista del interés universitario en sí se trate de un desastre sin paliativos. La autonomía.

4 comentarios:

  1. El problema no es tanto el sistema como las personas que lo aplican, que fuerzan a los noveles a tener que dirigir tesis doctorales para acceder a acreditaciones.

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  2. El sistema de evaluación tiene tanta presencia que condiciona el trabajo diario del investigador, los temas que estudia. Ante la posibilidad de empezar una investigación que puede tener resultados dudosos, o a largo plazo (y por tanto generar pocas publicaciones o resultados que no están de moda en las revistas de impacto), el investigador en proceso de acreditación decide finalmente que mejor no arriesgarse a emprenderla. Es más seguro continuar sacando articulitos en el campo/técnica que ya se domina. Es triste tener que trabajar así.

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  3. El autor del artículo, en general, acierta plenamente. El sistema de evaluación de la ANECA es pésimo. Los problemas, además, aumentan cuando el evaluador incumple normas tan elementales como el deber de abstención (los informantes son anónimos, y no necesariamente de la misma disciplina), y no motiva lo que resuelve, o lo motiva de forma hipócrita, con juicios de valor genéricos y sin base en los baremos.Es decir, cuando ni siquiera se respetan las reglas elementales del Estado de Derecho.¿Quién es el iluso o la ilusa que cree que esto es serio y valora la calidad?.

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  4. Estoy de acuerdo con las opiniones de esta entrada. En mi universidad, como en muchas otras, ya existe una nueva casta de PDIs, los acreditados a catedrático sin plaza, a los que se les identifica fácilmente porque en casi cualquier conversación que tengas con ellos mencionan el hecho de estar acreditados.

    Pero lo que echo en falta es saber si tienes alguna alternativa al sistema actual. ¿Volver a las oposiciones LRU? ¿volver a las habilitaciones?

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