1. “La educación pierde complejos”/“La formación virtual despega impulsada por la crisis y los nuevos formatos digitales”/“Las empresas valoran más dónde se cursa un máster que si es presencial o no”/“Es na manera de ahorrar tiempo y gastos, explica una alumna”/“No es más fácil ni más difícil, pero requiere mucha fuerza de voluntad”/“El precio de la matrícula es igual al de la enseñanza presencial”/“Los estudiantes de la Oberta de Catalunya aumentaron de 200 a 47.270 en 15 años”/“El proceso de Bolonia pretende fomentar alumnos autodidactas”/“Las carreras de ciencia tienen una adaptación más difícil”.
2. Los transcritos son los titulares que sintetizan un reportaje de Cristina Delgado para “El País” (5-8-2010, 22-23). Si traídos aquí a colación, lo son meramente como pretexto, como introducción de unas pinceladas que, a partir de un reciente avatar universitario, casi una anécdota, me permiten bosquejar mi visión del presente panorama universitario español. Una advertencia, de seguro innecesaria si no superflua: yerraría el lector, excesivamente avisado, que pretendiera ver en las palabras que siguen la expresión de un desencanto, tal vez entreverado de un escasamente indisimulado cinismo, la voz de un reaccionario, la de quien nunca fue progre, menos aun, según la moda al uso, anti-progre: el futuro, ese otro presente al decir de José Saramago en Caín, no está escrito, ciertamente, mas tampoco condicionado por unas estructuras determinadas, aquí, las universitarias de la hora presente, la de la universidad de bolonia. A despecho de las ocurrencias de los gestores universitarios españoles, todos ellos profesores, cuando no simplemente de sus majaderías, la universidad española será lo que la memoria, el entendimiento y la voluntad, por decirlo con la expresión clásica, que no reaccionaria, que identificaba las llamadas potencias del alma, de sus profesores de de sí. Ni más ni menos.
3. Convocado al efecto, asistí a la reunión de la llamada “Comisión de Evaluación por Compensación”, en la que, tras la oportuna deliberación, se adoptaron los acuerdos que figuran en la correspondiente acta. A este propósito manifesté que, dada la índole de este peculiar, extravagante y exorbitante (ahora diré más al respecto) “sistema de evaluación” (séame permitido escribirlo entrecomillado, para alejar cualquier atisbo de ironía o sarcasmo), la motivación que debían contener los acuerdos adoptados debería serlo per relationem, por remisión al informe emitido por el profesor responsable de la asignatura en cuestión, sin que fuera pertinente, en mi criterio, añadido o aderezo alguno.
Lejanos los tiempos en que en la Universidad Literaria de Valencia el claustro de catedráticos decidía, sin exámenes, qué estudiantes [utilizo a propósito el nombre clásico, “estudiante”, que estudia, que tiene afán por aprender de los maestros; nada de alumno] eran merecedores de seguir los estudios del siguiente año; relajadas las exigencias académicas hasta límites indecibles; desaparecidas de facto las tradicionales convocatorias (incluida, costumbre universitaria más o menos inveterada, la conocida como convocatoria “de gracia”); oficializada, bolonia mediante, mejor, la versión que los burócratas universitarios (profesores, no se olvide) han tenido a bien llevar a los boletines oficiales del llamado “plan-bolonia”, el tan pomposo como huero auto-denominado “espacio europeo de educación [¿por qué no, mejor, enseñanza?] superior”, oficializada, decía, la conversión de la universidad en poco más que escuela de primeras letras; agrandada la, casi abismo ya, ruptura, por lo que a los estudios de derecho hace, entre las facultades de derecho y las profesiones jurídicas por mor [una vez más, la pendiente por la que discurre la versión oficial del llamado “plan-bolonia”] de la enemiga a la clase magistral, a “la memoria”, a los exámenes, con preferencia los de carácter oral, que, literalmente, va a conducir a las próximas generaciones de licenciados [graduados, parece que lo llaman ahora, no sé si con alguna connotación cinéfila] en derecho a la virtual inhabilitación para afrontar la preparación de las oposiciones que se estilan en el universo jurídico [¿una concesión, tan pródiga como malversadora, de la universidad públicas a las universidades privadas?] ... en el páramo de este desolador panorama, henos aquí con esta burla del eufemísticamente llamado “sistema de evaluación por compensación” [en la práctica, la beatificación -no llega a santificación, faltaría más- del “derecho” a obtener una licenciatura, vale decir grado, con dos asignaturas menos de las que figuran en el correspondiente plan oficial, y todo ello vestido con los ropajes [¿un retorno, todo lo sofisticado que se quiera, del régimen polisinodial del antiguo régimen?] del “examen” [la eufemísticamente llamada “evaluación”] por la oportuna comisión (¿de expertos?), una más en la pléyade de comisiones, subcomisiones, grupos de trabajo que conforman el espectro de la organización/gestión de la administración universitaria ... de reuniones preparatorias, por volver a nuestro asunto, para la elaboración de un documento de trabajo que ha de presentarse por el pertinente grupo de trabajo como paso previo e inicial para que la subcomisión de turno eleve la oportuna propuesta a la comisión correspondiente, que, tras innúmeras sesiones de trabajo, retribuidas o no ... posponga la adopción de la pertinente decisión en tanto se elaboran los oportunos estudios técnicos, incluida la evaluación o incidencia “de género” [¿de cuál, el masculino, el femenino, el epiceno, común o neutro?], que permitan disponer de todos los datos necesarios [¿un grotesco homenaje a Sherlock Holmes? Séame permitida la, algo pedantesca, transcripción de los siguientes textos: “No poseo todavía datos. Constituye un craso error el teorizar sin poseer datos. Uno empieza de manera insensible a retorcer los hechos para acomodarlos a sus hipótesis, en vez de acomodar las hipótesis a los hechos” -Arthur Conan Doyle, Las aventuras de Sherlock Holmes, El País, colección “Serie negra”, Madrid, 2004: Las aventuras de un escándalo en Bohemia, 13-/“No dispongo todavía de datos -me contestó-. Es una equivocación garrafal el sentar teorías antes de disponer de todos los elementos de juicio,porque así es como éste se tuerce en un determinado sentido” -Arthur Conan Doyle, Estudio en escarlata, traducción de Amando Lázaro Ros, El País. Aventuras, Madrid, 2004, 40-. Atención a los datos, a la realidad, como sabia conseja para prevenir la reprimenda de la fuente del “todo fluye”: “Heráclito reprueba nuestro afán por hacer que la realidad se adapte a nuestras expectativas” -Eduardo Mendoza, El asombroso viaje de Pomponio Flato, Seix Barral, Barcelona, 2008, 182-] para valorar la oportunidad, la conveniencia de ... “regalar” un aprobado en derecho mercantil II o en derecho internacional privado a un estudiante [género común o epiceno, sin feminización posible, pues] que, no obstante haber suspendido reiteradas veces, de ordinario con una nota ínfima, “ha trabajado” (¿dónde?), “mostrado interés” (¿por qué?), “se ha esforzado” (¿en estudiar?: de hacerlo, y en la inmensa mayoría de los casos, el resultado del estudio no habría sido otro sino el aprobado; de no haberlo hecho, parece que su lugar no es la universidad, sencillamente).
No se me oculta (forma parte de la experiencia universitaria cotidiana) que siempre habrá casos singulares, merecedores de una respuesta singular: la respuesta a estos casos no debe ser otra sino la constitución de un tribunal ad hoc que, tras el debido examen o evaluación, pondere, desde una perspectiva estrictamente académica, la solución más ajustada a la peculiaridad de cada caso. Pero esto estaba ya inventado.
Por cierto, el tan burocrático como derrochador (y no parece que estén los tiempos para demasiados derroches), en todos los sentidos, de nominado “sistema de evaluación por compensación” no es otra cosa sino la reglamentación, prosapia oficial mediante, en buen número de universidades españolas de un caso (singular, singularísimo) acaecido hace unos años en la facultad de derecho de la universidad complutense, cuyo decano tuvo a bien dispensar, generosa ofrenda, el título licenciado en derecho a un afamado cantante que, tras cuarenta años de aparcar sus estudios (al parecer, “le quedaba” una asignatura para acabar la carrera), debió de considerar, sesuda cogitación mediante, de seguro, como timbre de honor, como prenda que debía lucir en el deslumbrante vestuario de sus éxitos, musicales y de otro tipo, colgar en aquél ... el título de licenciado en derecho. Sin duda, la mejor y más enjundiosa “evaluación” de la importancia de los estudios de derecho. Si Raimundo de Peñafort, de la mano del barón von Kirchman, levantara la cabeza. Claro que, a lo mejor, o a lo peor, según se vea, para nuestros gestores universitarios [información para éstos: la frase es del escritor Ennio Flaiano] ... la situación es grave, mas no seria.
Sea. Vale.
2. Los transcritos son los titulares que sintetizan un reportaje de Cristina Delgado para “El País” (5-8-2010, 22-23). Si traídos aquí a colación, lo son meramente como pretexto, como introducción de unas pinceladas que, a partir de un reciente avatar universitario, casi una anécdota, me permiten bosquejar mi visión del presente panorama universitario español. Una advertencia, de seguro innecesaria si no superflua: yerraría el lector, excesivamente avisado, que pretendiera ver en las palabras que siguen la expresión de un desencanto, tal vez entreverado de un escasamente indisimulado cinismo, la voz de un reaccionario, la de quien nunca fue progre, menos aun, según la moda al uso, anti-progre: el futuro, ese otro presente al decir de José Saramago en Caín, no está escrito, ciertamente, mas tampoco condicionado por unas estructuras determinadas, aquí, las universitarias de la hora presente, la de la universidad de bolonia. A despecho de las ocurrencias de los gestores universitarios españoles, todos ellos profesores, cuando no simplemente de sus majaderías, la universidad española será lo que la memoria, el entendimiento y la voluntad, por decirlo con la expresión clásica, que no reaccionaria, que identificaba las llamadas potencias del alma, de sus profesores de de sí. Ni más ni menos.
3. Convocado al efecto, asistí a la reunión de la llamada “Comisión de Evaluación por Compensación”, en la que, tras la oportuna deliberación, se adoptaron los acuerdos que figuran en la correspondiente acta. A este propósito manifesté que, dada la índole de este peculiar, extravagante y exorbitante (ahora diré más al respecto) “sistema de evaluación” (séame permitido escribirlo entrecomillado, para alejar cualquier atisbo de ironía o sarcasmo), la motivación que debían contener los acuerdos adoptados debería serlo per relationem, por remisión al informe emitido por el profesor responsable de la asignatura en cuestión, sin que fuera pertinente, en mi criterio, añadido o aderezo alguno.
Lejanos los tiempos en que en la Universidad Literaria de Valencia el claustro de catedráticos decidía, sin exámenes, qué estudiantes [utilizo a propósito el nombre clásico, “estudiante”, que estudia, que tiene afán por aprender de los maestros; nada de alumno] eran merecedores de seguir los estudios del siguiente año; relajadas las exigencias académicas hasta límites indecibles; desaparecidas de facto las tradicionales convocatorias (incluida, costumbre universitaria más o menos inveterada, la conocida como convocatoria “de gracia”); oficializada, bolonia mediante, mejor, la versión que los burócratas universitarios (profesores, no se olvide) han tenido a bien llevar a los boletines oficiales del llamado “plan-bolonia”, el tan pomposo como huero auto-denominado “espacio europeo de educación [¿por qué no, mejor, enseñanza?] superior”, oficializada, decía, la conversión de la universidad en poco más que escuela de primeras letras; agrandada la, casi abismo ya, ruptura, por lo que a los estudios de derecho hace, entre las facultades de derecho y las profesiones jurídicas por mor [una vez más, la pendiente por la que discurre la versión oficial del llamado “plan-bolonia”] de la enemiga a la clase magistral, a “la memoria”, a los exámenes, con preferencia los de carácter oral, que, literalmente, va a conducir a las próximas generaciones de licenciados [graduados, parece que lo llaman ahora, no sé si con alguna connotación cinéfila] en derecho a la virtual inhabilitación para afrontar la preparación de las oposiciones que se estilan en el universo jurídico [¿una concesión, tan pródiga como malversadora, de la universidad públicas a las universidades privadas?] ... en el páramo de este desolador panorama, henos aquí con esta burla del eufemísticamente llamado “sistema de evaluación por compensación” [en la práctica, la beatificación -no llega a santificación, faltaría más- del “derecho” a obtener una licenciatura, vale decir grado, con dos asignaturas menos de las que figuran en el correspondiente plan oficial, y todo ello vestido con los ropajes [¿un retorno, todo lo sofisticado que se quiera, del régimen polisinodial del antiguo régimen?] del “examen” [la eufemísticamente llamada “evaluación”] por la oportuna comisión (¿de expertos?), una más en la pléyade de comisiones, subcomisiones, grupos de trabajo que conforman el espectro de la organización/gestión de la administración universitaria ... de reuniones preparatorias, por volver a nuestro asunto, para la elaboración de un documento de trabajo que ha de presentarse por el pertinente grupo de trabajo como paso previo e inicial para que la subcomisión de turno eleve la oportuna propuesta a la comisión correspondiente, que, tras innúmeras sesiones de trabajo, retribuidas o no ... posponga la adopción de la pertinente decisión en tanto se elaboran los oportunos estudios técnicos, incluida la evaluación o incidencia “de género” [¿de cuál, el masculino, el femenino, el epiceno, común o neutro?], que permitan disponer de todos los datos necesarios [¿un grotesco homenaje a Sherlock Holmes? Séame permitida la, algo pedantesca, transcripción de los siguientes textos: “No poseo todavía datos. Constituye un craso error el teorizar sin poseer datos. Uno empieza de manera insensible a retorcer los hechos para acomodarlos a sus hipótesis, en vez de acomodar las hipótesis a los hechos” -Arthur Conan Doyle, Las aventuras de Sherlock Holmes, El País, colección “Serie negra”, Madrid, 2004: Las aventuras de un escándalo en Bohemia, 13-/“No dispongo todavía de datos -me contestó-. Es una equivocación garrafal el sentar teorías antes de disponer de todos los elementos de juicio,porque así es como éste se tuerce en un determinado sentido” -Arthur Conan Doyle, Estudio en escarlata, traducción de Amando Lázaro Ros, El País. Aventuras, Madrid, 2004, 40-. Atención a los datos, a la realidad, como sabia conseja para prevenir la reprimenda de la fuente del “todo fluye”: “Heráclito reprueba nuestro afán por hacer que la realidad se adapte a nuestras expectativas” -Eduardo Mendoza, El asombroso viaje de Pomponio Flato, Seix Barral, Barcelona, 2008, 182-] para valorar la oportunidad, la conveniencia de ... “regalar” un aprobado en derecho mercantil II o en derecho internacional privado a un estudiante [género común o epiceno, sin feminización posible, pues] que, no obstante haber suspendido reiteradas veces, de ordinario con una nota ínfima, “ha trabajado” (¿dónde?), “mostrado interés” (¿por qué?), “se ha esforzado” (¿en estudiar?: de hacerlo, y en la inmensa mayoría de los casos, el resultado del estudio no habría sido otro sino el aprobado; de no haberlo hecho, parece que su lugar no es la universidad, sencillamente).
No se me oculta (forma parte de la experiencia universitaria cotidiana) que siempre habrá casos singulares, merecedores de una respuesta singular: la respuesta a estos casos no debe ser otra sino la constitución de un tribunal ad hoc que, tras el debido examen o evaluación, pondere, desde una perspectiva estrictamente académica, la solución más ajustada a la peculiaridad de cada caso. Pero esto estaba ya inventado.
Por cierto, el tan burocrático como derrochador (y no parece que estén los tiempos para demasiados derroches), en todos los sentidos, de nominado “sistema de evaluación por compensación” no es otra cosa sino la reglamentación, prosapia oficial mediante, en buen número de universidades españolas de un caso (singular, singularísimo) acaecido hace unos años en la facultad de derecho de la universidad complutense, cuyo decano tuvo a bien dispensar, generosa ofrenda, el título licenciado en derecho a un afamado cantante que, tras cuarenta años de aparcar sus estudios (al parecer, “le quedaba” una asignatura para acabar la carrera), debió de considerar, sesuda cogitación mediante, de seguro, como timbre de honor, como prenda que debía lucir en el deslumbrante vestuario de sus éxitos, musicales y de otro tipo, colgar en aquél ... el título de licenciado en derecho. Sin duda, la mejor y más enjundiosa “evaluación” de la importancia de los estudios de derecho. Si Raimundo de Peñafort, de la mano del barón von Kirchman, levantara la cabeza. Claro que, a lo mejor, o a lo peor, según se vea, para nuestros gestores universitarios [información para éstos: la frase es del escritor Ennio Flaiano] ... la situación es grave, mas no seria.
Sea. Vale.
* Juan Manuel Alegre Ávila es catedrático de Derecho Administrativo de la Universida de Cantabria.
Entonces ¿al final a Von Kirchmann lo acreditaron como Barón?
ResponderEliminarOla, soi hun hestudiante de la Huniversidad de Kantabria. Bendo hapuntes de Derexo Hadministratibo I. Conprárselelus, sáke dies hen mi hexamen y fuy ha la famosa rehunion que el prof. Martim Revollo y el prof. Halegre Hávila selevran xra hotorgar matriculá de onor.
ResponderEliminarPor sierto, io conosco a hese tal Rahimundo de Panaiford, a gañado OT i es my hídolo.