FANECA

domingo, 30 de enero de 2011

Las aplicaciones informáticas (telemáticas): martillo de universitarios. Y la burocracia. Por Miguel Díaz y García Conlledo

Como saben los amigos de FANECA, en este foro no siempre se habla de cosas serias y profundas; es más, seguro que se acuerdan de algunas entradas francamente humorísticas (por ejemplo, aquellos proyectos de investigación o aquella ANECA por los suelos). No llegaré a tanto, pero me ocuparé, en tono ligero (al menos en algunos pasajes), de un tema seguramente menor (sólo en parte) pero que j … oroba un montón.

Como corresponde (y va sin segundas) a los tiempos actuales, proliferan en el entorno universitario las aplicaciones informáticas y telemáticas para todo tipo de fines, desde ayudar a la docencia hasta solicitar subvención para proyectos de investigación (o evaluar solicitudes de otros). Naturalmente, como parece razonable, lo que se pretende es ahorrar trámites burocráticos y simplificar los procesos (en el segundo ejemplo) o hacer más fácil el acceso a ciertas informaciones o materiales (en el primero), contribuyendo incluso a la preservación del ambiente. Me voy a referir sobre todo a las aplicaciones que pretenden el ahorro de trámites burocráticos, aunque lo que diré es a menudo predicable también de las otras.

¿Realmente simplifican las cosas? Depende de a quién, claro. Probablemente sí lo hagan a la administración correspondiente a la que se dirige la solicitud, informe, memoria, etc. Pero, desde luego, no siempre es así en relación con el universitario (investigador, docente) que cumplimenta los datos que pide la aplicación.

Cuando empezaron a utilizarse eran bastante inseguras y complicadas (desde luego, poco “amigables”, como se dice ahora), pero hay que reconocer que algo han mejorado. Sin embargo, ¿quién no se acongojado un poco al ir a rellenar tal cosa y descubrir que la aplicación a la que ya se había ido acostumbrando, que ya dominaba, ha sido cambiada arteramente (claro, en el concepto del sufrido usuario) de arriba abajo?

Otra experiencia que imagino común es la desesperación al haber rellenado un campo, digamos que narrando méritos o exponiendo indicios de calidad (pero vale cualquier otro contenido, claro), y comprobar cómo la mitad de lo escrito desaparece al guardar, porque nadie avisó (o lo hizo en lugar lejano y letra pequeña) de la longitud máxima del texto y la aplicación, alevosamente (de nuevo en el concepto del “rellenante” o “cumplimentante”), dejó escribir sin freno, sin pararle los pies –o la pluma o la tecla- al escribiente (como hacen otras). Ello lleva a muchos (confieso: yo lo he hecho) a escribir el texto primero en Word y después pegar, para, de ser rechazado en su integridad, al menos conservarlo para extractar. ¡Menudo ahorro, ayuda y simplificación!

Hace poco he tenido una experiencia bastante surrealista (agravada en mi sentir por el hecho de que estaba de viaje y quienes quedaron encargadas de culminar el proceso me lo iban contando a distancia, a mucha distancia, sin poder yo hacer nada … bueno, bien pensado, también fue un alivio). Después de rellenar un montón de documentos, siguiendo escrupulosamente las instrucciones de la convocatoria, reuniendo el máximo permitido de una especie de avales, después de convertirlos a PDF, con unos títulos obligados también por la convocatoria (hasta aquí estuve presente), llegó la hora de cumplimentar la aplicación y adjuntar o anexar (ambas cosas se dicen mucho ahora, pero ambas son correctas, ¿eh?) los documentos. Y hete aquí que el último (dentro del número de los permitidos por la convocatoria) no cabía. Ante esta situación, se consulta al servicio técnico de la institución convocante, que no sabe qué pasa y que sugiere que se envíe la solicitud sin el último documento y después ya se mandará. Así se hace, recibiendo, tras el primer envío, la confirmación de que nuestra solicitud ha sido recibida correctamente, sin que nunca me haya quedado muy claro si el documento huérfano se incorporó alguna vez. Pasó algo más, pero lo cuanto más abajo.

Mal está que se “cuelgue” o colapse la red que, ADSL, parece que todos tenemos que tener obligatoriamente en casa; peor está que lo haga la de la universidad propia, produciéndonos la angustia de que no podremos cumplimentar la aplicación o enviar la documentación en plazo. Pero, ¿cómo controlar el ataque de nervios cuando lo que se cuelga o colapsa es el sistema mismo de la aplicación? Un muy querido colega me contaba un día de finales de diciembre del año pasado, entre muy enfadado y seriamente angustiado, que renunciaba a solicitar evaluación de su sexto sexenio porque, tras dedicar horas y horas a rellenar la aplicación correspondiente, cuando iba a enviar la solicitud de evaluación, resultó imposible y la explicación fue que, con tantos pidiendo, el sistema se había colapsado. El plazo se acababa. Afortunadamente, mi colega recapacitó y probó suerte al día siguiente (uno de los últimos dentro de plazo), consiguiendo su propósito; su alegría era tanta casi como si ya le hubieran valorado positivamente el sexenio, seguramente porque, con razón, dudó más de conseguir el envío que de sus propios méritos investigadores.

Y así podríamos multiplicar los ejemplos. La conclusión es que, en vez de una simplificación y un ahorro de tiempo y energías, todo lo anterior supone para el universitario una experiencia ingrata y una ampliación del tiempo que tiene que dedicar a rellenar solicitudes, memorias, etc. Que se lo pregunten si no a quienes se han sometido ya al proceso de acreditación para cuerpos docentes universitarios o incluso para ciertas figuras de profesorado contratado (aunque aquí a menudo la dificultad no es tanto por la aplicación informática como por la cantidad de datos y documentos que se solicitan). Y resulta ya de lo más gracioso (por no emplear otra expresión) cuando, además de la cumplimentación telemática, se pide que los documentos del trámite en cuestión se entreguen también en papel (ahí ya ni ecologismo).

Lo anterior se une a otros trastornos para el universitario como los continuos cambios de modelo de currículum vitae o el empleo de uno distinto por cada institución, o el constante y absurdo incremento de la burocracia universitaria: ¡ay!, habría que seguir hablando de las boloñesas guías docentes, al menos en mi universidad, en las que se piden planificaciones que, si fueran de verdad, resultarían imposibles, que nadie lee, que pocos siguen … ya saben, pregúntenle al compañero Juan Antonio García Amado por el devenir de su experimento con una guía docente; pero también están los planes docentes, las evaluaciones de grupos de alumnos (no las que los alumnos nos hacen a nosotros, de las que también se podría hablar largo y tendido, sino de las que nos piden a nosotros que hagamos, sin que haya visto nunca que sirvan para algo), la gestión de los proyectos de investigación (y conste que en mi universidad, en ese terreno hay personas eficacísimas y además extremadamente amables y colaboradoras, pero, ¡rediez!, colocaron a algunas otras para acercar y facilitar al investigador principal esa gestión y lo cierto es que la complican, a veces usque ad nauseam y sin la menor cortesía), etc.

Y para terminar con ejemplos tecnológicos, aunque no de las propias aplicaciones, mencionaré la firma electrónica, sin dudar de que se trata de un gran avance … si funcionara a la primera. En el ejemplo del “documento huérfano” que antes cité, la broma se completó con que, a la hora de firmar, había que hacerlo electrónicamente. En ese momento yo no tenía DNI electrónico, pero me ocupé de poner en condiciones mi ordenador y conseguir e instalar el correspondiente certificado. ¡Pues menos mal que hasta pedí dos certificados! Pues uno de ellos (conmigo en ausencia, que no en rebeldía) no funcionó, arreglándose la cosa, tras alarmada consulta al servicio de informática y comunicaciones de mi universidad, utilizando el otro. Y, ya fuera del ámbito universitario, hace muy poco, una vez en posesión de mi DNI electrónico y habiendo configurado debidamente mi ordenador, me dispuse al envío telemático de una solicitud a la Comunidad de Madrid. Cumplimentar el documento fue sencillísimo … enviarlo, no tanto, pero después de intentos durante día y medio, lo he conseguido.

Todo lo anterior no debe, desde luego, llevarnos a renegar de las tecnologías, pero sí a acomodarlas de verdad al universitario (o al ciudadano). Las pérdidas de tiempo en razón del mal diseño o funcionamiento de las aplicaciones y las horas y horas dedicadas a la burocracia universitaria sin que se observen beneficios claros son horas que a los universitarios como es debido se les detraen de otras tareas, especialmente de la investigación, que, como me he empeñado en defender aquí , es una obligación nuestra y, a menudo, la que más dota de prestigio a una universidad. Aunque la verdad es que ello casi nunca se reconoce (o se reconoce poco) por las autoridades académicas de muchas universidades (como la mía) ni por quienes diseñan la política universitaria en nuestro país. Véase si no cómo, conforme al último borrador de Estatuto del PDI, si no se rectifica, en el futuro se podrá ser catedrático (si ya se es profesor titular) sin un solo mérito (más) en investigación (son muchos los colegas que están poniendo esto de manifiesto y puede verse aquí la explicación de Juan Antonio García Amado). Si esto no cambia, en plena exhibición constante de las palabras (sólo eso) excelencia y evaluación, los buenos universitarios se acabarán cansando o marchando y, desde luego, la universidad se hundirá definitivamente o será una cosa muy distinta de la que parecía constituir su esencia-.

Pero, para acabar en el tono ligero que pretendía: ¡hay TICS (TIC: siglas de “Tecnologías de la Información y la Comunicación”, que no aparece en el DRAE, pero busquen en Google y verán como parece la acepción primera) que a los universitarios acabarán por provocarnos tics (tic: “Movimiento convulsivo, que se repite con frecuencia, producido por la contracción involuntaria de uno o varios músculos”, según definición del DRAE)!

4 comentarios:

  1. Quizá lo de valorar la gestión académica sigue esos derroteros...ahora que pasamos media vida rellenando aplicaciones informáticas varias, ¡que eso también puntue! y así todos podemos tener nuestra poquita de gestión
    Propongo un baremo:
    0.1 por tiempo dedicado a rellenar aplicación Aneca
    0.2 por tiempo dedicado a rellenar complementos autonómicos
    0.25 por rellenar aplicación para pedir proyectos
    .....
    ¡¡¡¡baremo ya!!!!

    ResponderEliminar
  2. A todo esto, la idea es que a los alumnos no hace falta enseñarles nada, que ya sabrán ellos. Pero eso es mentira, las aplicaciones son endiabladas y uno se pasa mas tiempo entrando en el foro, descubriendo si los apuntes están en "materiales" o en "medios", si las fechas están en "agenda" o en "cronograma" que estudiando.

    ResponderEliminar
  3. buf! un día entero para conseguir que funcione la firma electrónica de la tarjeta de la uned, que de paso me anula mi certificado anterior emitido por hacienda! Por no hablar de la demencial aplicación de la acreditación, no les basta con que adjuntes el curriculum, no, tienes que rellenar cuadraditos, cada aportación se divide en 10 ó 12 cuadraditos, uno para cada dato: isbn, año, etc. etc. y luego están los cuadritos surrealistas que te piden índice de impacto, lugar que ocupa la publicación en la base elegida.... con bases proporcionadas por el ministerio que solo llegan al 2003, que son incompletas o que difieren unas de otras, así que se trata de jugar a ver en que base la revista en la que publicaste figura mejor valorada ese año y elegir esa para tu cuadradito. Todo esto lo haces además a domingos sueltos, porque el resto de la semana y algunos domingos toca preparar clases, investigar, publicar, corregir trabajos, dar conferencias, gestionar, "incubar empresas"? y “pertenecer a algún sindicato”?... así que como tengas que meter 50 publicaciones tardas un mes en rellenar solo este apartado de la aplicación y te quedan otros 20 apartados con sus respectivos cuadraditos, y todo ello suponiendo que no se te cuelgue el ordenador, te falle Internet, y ojo que si rellenas mal un cuadradito no te deja salvar lo que has puesto en el resto... ¿y que dirá de lo bueno o malo que es un articulo mío el puesto en que esté la revista ese año en una base de datos?
    Para mi que todo esto está pensado para que abandonemos por el camino por agotamiento o por desesperación, porque a mi ya todo me parece totalmente absurdo... con la de cosas que tengo que hacer!

    ResponderEliminar
  4. Noooo, motivo de más para que se incorpore un baremo que tenga en cuenta el tiempo que dedicamos a rellenar las dichosas aplicaciones, ya que ello ha pasado a formar parte de nuestras in-competencias como docentes.
    ¡que nos computen de una vez la dedicación a rellenar aplicaciones varias!

    ResponderEliminar