FANECA

lunes, 29 de marzo de 2010

La ANECA ante los méritos de gestión y otras hierbas. Por Jacobo Dopico Gómez-Aller

Hoy plantearemos la cuestión a modo de propuesta de ENMIENDA al régimen de evaluación de la ANECA:

Propuesta:
Los méritos distintos de la docencia y la investigación que se estimen dignos de evaluación pueden tenerse en cuenta en los baremos, pero nunca disminuyendo la puntuación que pueda alcanzar un candidato que sólo se dedique a la docencia y a la investigación.

Por ello, en los baremos de evaluación, a los méritos distintos a la docencia y a la investigación NO SE LES PUEDE ASIGNAR UN “CUPO DE PUNTOS” propio y bloqueado.

Justificación:
I. Recordemos el cuadro que establece el RD 1312/2007: en él se contempla que, por ejemplo, para ser Catedrático son necesarios 80 puntos de un máximo de 100, y que pueden obtenerse conforme a estos criterios:


La primera sorpresa es que, según el citado Real Decreto, alguien que intente obtener 80 puntos exclusivamente con los méritos de DOCENCIA E INVESTIGACIÓN, sólo puede aspirar al 90% de la puntuación. Hay 10 puntos que nunca podrá llegar a obtener.

Nada hay que objetar a que se pretenda reconocer en una acreditación los méritos de gestión y administración que pueda haber atesorado a lo largo de los años un candidato. Entre otras cosas, porque de no ser así se generaría un efecto disuasorio respecto de la participación en la gestión universitaria, pues es extraordinariamente difícil jugar en pie de igualdad con el resto de los candidatos si uno dedica varios años a estas tareas. Por ello, a quien haya dedicado unos años a estos fines podría compensársele ese tiempo, baremo objetivo en mano, para que no concurra en inferioridad de condiciones con los candidatos que nunca hayan prestado servicios de administración o gestión.

Sin embargo, una cosa es reconocer esos méritos y otra muy distinta empeorar la situación de quien no los haya desempeñado, impidiéndole puntuar sobre el 100 %. Los méritos que razonablemente puede valorar la ANECA deben tener que ver con los méritos necesarios para cualificar a un investigador y docente como catedrático; entre los que no pueden contarse haber sido director de departamento o vicedecano de relaciones internacionales.

II. Hasta aquí, el Real Decreto. Pero luego llega la propia ANECA a dar su interpretación (de facto, vinculante) de las normas que la habilitan para acreditar a los docentes universitarios (ver la TABLA ORIENTATIVA, págs. 78 y ss.).
Así, entre los 55 puntos de “actividad investigadora”, la ANECA concreta y dice que un mínimo de 3 puntos y un máximo de 10 se alcanzan mediante:

- Patentes y productos con registro de propiedad intelectual
- Transferencia de conocimientos al sector productivo
- Otros méritos relacionados con la calidad de la transferencia de los resultados”


Y de los 35 puntos de la “actividad docente o profesional” (?), 3 puntos sólo se pueden alcanzar por “actividades profesionales en empresas, instituciones, organismos públicos de investigación u hospitales, distintas a las docentes o investigadoras”.

Nuevamente debe señalarse que la transferencia de resultados de la investigación a la sociedad es un objetivo sumamente interesante y que puede y debe ser fomentado por la Administración Universitaria. Pero eso no puede significar poner a quien se dedica únicamente a investigación y docente (¡por excelente que sean sus frutos!) en peor condición que a quien se dedica a la transferencia de resultados. Los investigadores que en materia jurídica se dedican a ciencias jurídicas básicas o con menores posibilidades de producir resultados evaluables en el mercado (Filosofía del Derecho, Derecho Romano, Teoría Jurídica General, Parte General del Derecho Administrativo o del Derecho Penal…) no pueden ser discriminados en este punto.

Más clara es la cuestión cuando hablamos de valorar actividades distintas a las docentes o investigadoras. ¿Acaso quien se ha dedicado con devoción ciega a la Universidad debe ser tratado peor que quien además ha desempeñado actividades en empresas? De nuevo: una cosa es valorar el mérito, y otra muy distinta destinar una puntuación exclusivamente a ese mérito.

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Sumando los puntos que el RD 1312/2007 y la ANECA “bloquean” y asignan únicamente a tareas no docentes ni investigadoras, el resultado es que un profesor universitario que se haya dedicado “sólo” a la docencia y la investigación (?), en principio únicamente podrá obtener entre 77 y 84 puntos, de los 80 que necesita para acreditarse.

Los fines y los medios. Por Antonio Calonge*

(Publicado en ABC el pasado 17 de marzo)
En la sociedad actual, a las universidades públicas, al menos, se les pide que impartan docencia y formen a los estudiantes, investiguen, realicen I+D+i, hagan transferencia tecnológica, licencien patentes, colaboren con las empresas o creen ellas mismas spin offs, compitan con las demás universidades y centros de investigación en un marco cada vez más globalizado, faciliten la inserción de los estudiantes en el mundo laboral e, incluso, que fomenten su espíritu emprendedor, formen a los profesionales a lo largo de la vida (life long learning), contribuyan al desarrollo económico y social de su entorno, expandan valores humano y cívicos, sirvan para el desarrollo cultural. En definitiva, podemos afirmar que se les demanda sean punta de lanza en la riqueza de la Nación, por emular la famosa obra de Adam Smith.
Y, por ende, a los profesores universitarios se les pide que sean buenos docentes e investigadores, inventores, gestores de las universidades, conseguidores de recursos para los proyectos de investigación, tutores de nuestros estudiantes más allá del mero aspecto académico, formadores de profesionales y empresarios, referentes en nuestra sociedad, etc. Es decir, excelentes –término éste últimamente muy de moda en el ámbito universitario español- en los variados campos de actuación.
La pregunta que surge de seguido no es, ni siquiera ¿a cambio de qué? como preguntan muchos profesionales públicos y privados cuando se les exige elevados resultados en su labor, sino ¿con qué medios?
A los Gobiernos se les “llena la boca” –permítaseme la expresión- hablando de inversión en la sociedad del conocimiento que vivimos; de que en la I+D+i+T es donde se encuentra la puerta de salida a la brutal crisis económica que padecemos y el futuro de nuestra sociedad desarrollada; afirmando que los recortes no se producirán ni en Educación ni en Ciencia y Tecnología, aunque luego contemplemos que los presupuestos de las universidades son los primeros en sufrir la austeridad presupuestaria y que las convocatorias competitivas de investigación son las primeras que desaparecen de los Boletines Oficiales correspondientes.
Pero, la pregunta era ¿con qué medios contamos para conseguir todo aquellos que se nos pide que no es ni poco ni baladí?
Por lo que ya hemos escrito, es fácil adivinar que contamos con una financiación a todas luces insuficiente que no llega a cubrir siquiera el Capítulo I de los presupuestos de las universidades públicas y no digamos ya los Capítulos referidos a compras de materiales y equipos y su mantenimiento cada vez más sofisticados y caros.
Contamos con un marco obsoleto propio del periclitado modelo de universidad napoleónica que sigue dando sus últimos coletazos. Se desaprovechan las oportunidades para reformar en profundidad la universidad. Los Gobiernos porque se empeñan en hacer las reformas sobre el papel sin que cuenten un euro; las universidades porque prefieren seguir manteniendo el status quo y, a veces, cambian todo para que todo siga igual
Contamos con un sistema de gobierno universitario completamente ineficaz e ineficiente por asambleario, que no democrático, donde los órganos de gobierno unipersonales: rectores, decanos y directores de departamentos están al albur de las estructuras y los grupos de presión oficiales y extraoficiales.
En fin, contamos con un inexistente sistema universitario nacional, que está –prácticamente- provincializado y donde ¡”parajodas” de la vida!, que diría Cabrero Infante, no existe la más mínima libertad de circulación entre profesores y estudiantes que pretendemos tener con toda Europa.
Y con todo esto se extrañan que no haya ninguna universidad pública entre las cien mejores del mundo. De verdad, si es que dan ganas de repetir ese grito unamuniano ¡Qué inventen ellos!
*Antonio Calonge es Secretario General de la Universidad de Valladolid

¿Aneca por los suelos?

Un par de fanequeros, Miguel Díaz y Juan Antonio G. Amado, visitamos esta semana las instalaciones del Parlamento Europeo en Bruselas y, nada más entrar, ¿qué creen que descubrimos? Que en el suelo, en la mismísima moqueta, figuraba la inscripción que retratamos y que aquí al lado reproducimos. Los amigos de este foro se pueden imaginar nuestra conmoción. ¿Descrédito allende las fronteras? ¿Campaña de algún eurodiputado sin acreditación?


Al fin, y pasado el susto, nos fuimos a ver la página en cuestión (http://www.aneca.be/) y miren lo que sale:



¿Será un mensaje sutil? ¿Una indirecta? No lo sabemos. Seguiremos con la investigación.

domingo, 21 de marzo de 2010

Índice del nº 9 de FANECA, sábado 20 de marzo

- El doctorado en España (I). Por Miguel Díaz y García Conlledo.

El doctorado en España (I). Por Miguel Díaz y García Conlledo

Los estudios de doctorado tienen como fin, tras cumplir unos requisitos previos (la normativa general y la de aplicación a la Universidad de León puede verse aquí), la realización de una tesis doctoral que, valorada por un tribunal de doctores expertos, conduce a la obtención del título de Doctor, la más alta cualificación académica (si quieren un resumen más sencillito de lo que es el doctorado dentro de la carrera investigadora, con consejillos y la conclusión “Ya somos DOCTOR, que es la titulación máxima que podemos adquirir”, vean cómo lo explica el Ministerio de Educación en su web). La tesis, un trabajo original de investigación, constituye el centro de los estudios de doctorado, si bien, desde hace unos años, cabe obtener el grado de Doctor mediante una tesis por compendio de publicaciones (véase la norma complementaria 16ª).
La verdad es que el título de Doctor posee en España poca trascendencia fuera de la Universidad y otros organismos de investigación (aunque, evidentemente, es considerado un mérito en diversos concursos y oposiciones). Sin embargo, tiene mucha trascendencia en la carrera académica, pues, además de en otros cuerpos funcionariales de investigación (pienso en los del CSIC), es requisito ineludible para acceder a cuerpos docentes universitarios (Profesor Titular y Catedrático, aunque no lo era para ser Profesor Titular de Escuela Universitaria, figura que debería haber sido excepcional en la Universidad, pero que no lo ha sido y que hoy está declarada a extinguir) y hoy también para las más altas figuras de contratados (Profesor Ayudante Doctor y Profesor Contratado Doctor; no lo es, lógicamente, para los Ayudantes y para los Profesores Asociados, ni tampoco para otra figura, en mi opinión, extraña como la de Profesor Colaborador, también a extinguir).
Pero además de eso, al menos en Derecho (y, desde luego, en mi disciplina, el Derecho penal), la trascendencia de la tesis doctoral se basaba en que constituía (mediante su publicación) la tarjeta de presentación ante la comunidad científica del nuevo investigador que con ella se consolidaba. Es discutible si la tesis debe tener tanta importancia en este sentido como la ha tenido en España (por ejemplo, en Alemania, el momento o la obra más relevante es el escrito de habilitación para ser Professor, Catedrático, momento en que se supone una mayor madurez). Por eso la dedicación a la tesis (al menos, repito, en mi campo) era muy grande, la concentración en ella total, el esfuerzo formativo e investigador máximo; lo demás, vendría después. Vengo hablando en pasado de manera muy consciente, pues creo que hoy la tesis no se afronta por los doctorandos del mismo modo. Sigue siendo sin duda un trabajo y un momento importante, pero procura pasarse lo más rápidamente posible y la exclusividad en la dedicación a la tesis es mucho menor. No es culpa de los doctorando: la escasez de plazas y las exigencias “anequiles” y similares hacen que el doctorando no se preocupe sólo de saber cuanto más mejor de su tema de tesis y, de paso, de adquirir una sólida formación en su disciplina, pues tiene que hacer cursos de actualización pedagógica, publicar cosillas, muchas a ser posible, aunque no tengan excesivo valor por separado y distraigan de la tesis, elaborar materiales docentes, exhibir si puede su dominio de la tecnología aplicada a la docencia y la investigación (aunque el contenido de éstas sea malísimo, etc.). No quiero que se me entienda mal: antes hubo tesis excelentes, buenas, malas y pésimas, como las hay ahora, pero la predisposición al trabajo y la perspectiva han cambiado, por lo que las tesis excelentes creo que son menos frecuentes (por enésima vez: en Derecho).
La importancia del doctorado depende también del reconocimiento social del título de Doctor. Mi experiencia en Alemania –nuevamente- me dice que en general hay un gran respecto por Herr y Frau Doktor, reconociendo en el Doctorado un mérito especial. En España, por el contrario, para la inmensa mayoría de los ciudadanos sólo hay doctores en los hospitales y consultorios médicos (doctores que casi nunca han alcanzado el grado académico de tales) y, claro, por aquello del refrán, en la Santa Madre Iglesia. Nuevamente no es culpa (sólo) de la sociedad: en esto, como en tantas otras cosas que atañen a la Universidad, nadie ha explicado nunca nada (ni desde las instituciones fuera de la Universidad ni desde ésta).
Pues, dicho esto y dejando claro que en mi opinión el doctorado y la tesis deben recuperar su antaño altísimo valor académico y cobrar reconocimiento social e institucional, la sociedad debe saber algunas cosas que resultan curiosas del Doctorado en España.
Así, por poner sólo algunos ejemplos (hay sin duda más), diré que cuando yo comencé mi tesis doctoral, asistía a la lectura y defensa de tesis de compañeros y amigos mayores y más adelantados en su carrera académica e investigadora que yo, y comprobaba con sorpresa que el director de la tesis era miembro del tribunal que la juzgaba, lo que sin duda garantizaba un juicio objetivo y nada parcial del trabajo del doctorando por parte de aquél, ¿no creen? Esto cambió y la nueva normativa impidió que el director formara parte del tribunal.
No obstante, el tribunal de cinco doctores especialistas (y algunos suplentes) siguió nombrándose por la Universidad donde realizaba el doctorado el candidato, con absoluta frecuencia la misma del director, a propuesta del Departamento donde se inscribía la tesis, casi siempre el del director y el doctorando. De modo que, en definitiva, el tribunal lo ponía (y lo pone) el director de la tesis (más o menos flexible con las apetencias del propio doctorando según los casos). Y aquí el proceder es variable: hay directores que buscan poner expertos de alto nivel y especializados en el tema de la tesis, lo que es muy loable, lógico y deseable; eso sí, claro, siempre que no se consideren enemigos (personal o académicamente). Otros, directamente, ponen en el tribunal a sus amiguetes. Curiosamente, cuantas más dudas tiene el director de las cualidades de la tesis, menos especialistas y más amiguetes hay en el tribunal, no sea que vayan a dejar mal al doctorando o al director. Pura objetividad, oigan. Y que conste que yo también he participado (y participo) en ese juego. Y, en todo caso, aun en el supuesto de que se trate de un tribunal de especialistas (como lo han sido la mayoría de los que he formado parte), ¿qué va a hacer uno, si lo han invitado a dedo y encima el nuevo Doctor le va a agasajar con una suculenta comida o cena? En teoría, en la penúltima (más o menos, ¡cualquiera lo sabe seguro!) normativa sobre doctorado, el Departamento propone diez expertos con sus respectivos currículos y es la Universidad (su Comisión de Doctorado) la que selecciona entre ellos a cinco titulares y dos suplentes. Algo mejor está, pero, en la práctica, son elegidos, en la inmensa mayoría de las universidades, los siete primeros en la lista del Departamento (o sea, del Director). Y hay universidades que, por aquello del ahorrillo, exigen que al menos uno de los miembros del tribunal sea de la casa. La consecuencia es que el doctorando y el director suelen jugar en casa, sobre seguro y como ganadores … salvo que se quiera fastidiar por algo (no necesariamente la calidad del trabajo realizado) al doctorando, en cuyo caso se prepara e instruye al tribunal en tal sentido.
Me tocó una época, corta afortunadamente, en que, una vez pasados los trámites previos y llegado el momento de lectura y defensa de la tesis, las únicas calificaciones posibles eran “apto” y “apto cum laude” (triste calificación esta última, que me correspondió, y que siempre me ha sonado algo contradictoria en sus términos), así, sin posibilidad de matices. Pero nuevamente la penúltima (más o menos) reforma normativa vino a corregir la situación en el sentido correcto: dentro de las calificaciones que aprueban la tesis (pues puede haber incluso un “no apto”) caben el “aprobado”, el “notable”, el “sobresaliente” y, si, por la excelencia de la tesis (palabras de la norma reguladora), así lo deciden al menos cuatro de los cinco miembros del tribunal, “sobresaliente cum laude”. Desde luego, ello permite matizar desde las tesis de calidad justita hasta las excelentes, lo que es muy razonable, y ya un notable debería ser una calificación más bien digna de satisfacción, resultando un sobresaliente algo reservado a tesis muy buenas (que “sobresalen”) y el cum laude a las mejores. Pues bien, en la práctica (al menos en el Derecho, pero me temo que en general), esto, tan lógico, no es así en absoluto, sino que, si no ha de haber disgustos, el tribunal nombrado por los interesados debe otorgar siempre la calificación de “sobresaliente cum laude”, a ser posible por unanimidad. Un sobresaliente a secas ya es poco y no digamos un notable; el aprobado equivale casi al suspenso y deja al nuevo Doctor marcado de por vida. De modo que, salvo rarísimas excepciones (en general debidas a rencillas del propio director con el doctorando o “malas pasadas” de algún miembro del tribunal casi nunca relacionadas con la calidad del trabajo), todas las tesis doctorales son calificadas con sobresaliente cum laude, igualando así absurdamente por arriba.
Ciertamente, la propia defensa y debate con el tribunal pueden dejar patente la menor o mayor calidad de una tesis, pero ese acto lo contemplan sólo un puñado de personas, en su inmensa mayoría familiares, compañeros y amigos del doctorando o el director y de su contenido no queda constancia. Es verdad que las normas reguladoras del doctorado permiten algunos reconocimientos especiales: uno es la mención europea en el título de Doctor (“Doctor europeo”; véase ahora el art. 22 del Real Decreto 1393/2007, de 29 de octubre, por el que se establece la ordenación de las enseñanzas universitarias oficiales), que en puridad no garantiza la especial calidad de la tesis, pero cuyas exigencias la indican habitualmente. Otro es el premio extraordinario de doctorado (u otras menciones honoríficas que puedan establecer las universidades, o premios de diversas instituciones a las mejores tesis doctorales de determinado ámbito del saber), pero prefiero no revelar aquí cuáles son los criterios (reales) para su concesión en bastantes universidades, sin que ello signifique demérito de muchos premios extraordinarios ganados a pulso (que, nuevamente, acaban por no valer lo que debieran por confundirse con auténticas chapuzas). Normalmente, el verdadero valor de la tesis lo va a reflejar el impacto (no hablo de índices ni cosas semejantes) real de la publicación o publicaciones derivadas de ella en la comunidad científica especializada. Eso está bien, pero debería discriminarse ya antes.
No pondré más ejemplos para no alargarme en exceso. Lo dicho creo que es suficiente para demostrar que, si queremos (¡y debemos quererlo!) un doctorado que realmente se corresponda con su cualidad de máximo grado académico y que tenga reconocimiento institucional y social, urgen los cambios. Pero de los cambios me ocuparé en un próximo comentario.

Por un control de acceso a la carrera universitaria. Por Alejandro Huergo Lora*

Creo que casi todas las intervenciones que se han ido publicando en este foro están de acuerdo en la crítica al enfoque pseudo-pedagógico de “Bolonia” y en el lamento por la situación general de la Universidad. Una vez que ésta se ha poblado, debido a la utilización corrupta de los sistemas de acceso a los niveles más altos de la carrera universitaria, de mediocres, es muy difícil intentar reformarla desde dentro, aunque, paradójicamente, a ello se dediquen cada día más horas, más euros y más papel (o documentos en PDF). No todos ven las cosas así (recuerden la vieja distinción de Eco entre apocalípticos e integrados), pero quienes lo hacen sienten que la verdadera actividad universitaria, que les sigue pareciendo igual de atractiva que cuando la escogieron voluntariamente como forma de vida (en el doble sentido de que nadie les obligó a ello y de que disponían de alternativas reales), es algo que entienden ellos solos o, a lo sumo, pequeños grupos como éste que ha surgido en torno a FANECA.

Todo ello tiene, por supuesto, los peligros de lo minoritario. Como decía Evelio Verdera, cualquier italiano abomina de la Italia meridional, que comienza 100 kilómetros al Sur del punto en el que se encuentre el hablante, y todo “auténtico” universitario tiende a dar a esa figura los perfiles que encuentra cuando se mira en el espejo, pero esas son servidumbres humanas inevitables.

Algunos de los análisis generales de la Universidad que aquí se publican pecan, a mi juicio, de un cierto voluntarismo. Dicho de otra manera, es como lamentarse de que un escorpión pique o echarle una bronca a un coche que se ha quedado sin gasolina. Una vez creada, por la LRU, la figura de los profesores titulares funcionarios a la que se accedía con relativa facilidad (una figura que no tiene paralelo en los sistemas universitarios de referencia, y menos cuando se creó), todos los cambios posteriores en la regulación del acceso a cátedras (incluida la actual acreditación y el futuro “cuerpo único”) estaban ya implícitos y simplemente han ido “desvelándose” o haciéndose realidad a través de una versión pedestre y costumbrista de la dialéctica de Hegel [p.ej., LRU (tesis) más intento de volver a las oposiciones vía habilitación (antítesis) igual a acreditación(síntesis)].

En un intento de huir de ese voluntarismo quiero llamar la atención sobre una de las causas que más han contribuido, a mi juicio, al actual estado de cosas, que no es otra que la falta efectiva de controles de acceso a las primeras fases de la carrera universitaria, es decir, a la etapa predoctoral. Me parece que si sólo se permitiera hacer la tesis doctoral a quien haya acreditado, mediante pruebas específicas o con el expediente académico, una capacidad superior a la media y lo más alta posible, gran parte de los problemas actuales no se producirían, porque todos los aspirantes a las cátedras y demás puestos del escalafón académico serían profesionales brillantes y las injusticias, en caso de haberlas, no serían tan notorias como ahora ni tendrían la misma gravedad ni las mismas consecuencias.

En los últimos veinte años se han relajado los controles de acceso a la condición de doctorando, en parte por la proliferación de becas y también por la necesidad que tenían las Universidades de reclutar profesorado precario para hacer frente a las necesidades docentes surgidas en múltiples titulaciones, no pocas de las cuales se encuentran actualmente en plena reconversión por falta de alumnos. En este contexto no resultaba difícil obtener un contrato sin más requisito que el apoyo de un catedrático. Únase a ello que, si en Alemania cada catedrático dispone (o al menos disponía), en función de la dotación presupuestaria de su cátedra, de un número de plazas de ayudante, lo que le incentiva a escoger bien a su personal, en España los ayudantes lo son “del Departamento”, de lo que se deriva un irracional estímulo para que cada catedrático colonice lo antes posible esas plazas so pena de verse rodeado de doctorandos hostiles, miembros de tribus rivales.

El problema es que, por el casi invencible argumento de los hechos consumados y porque es la única manera de retribuir a personas que han quemado “sus mejores años”, es decir, los años posteriores a la licenciatura, en esa clase de labores subalternas, quienes así han entrado se ganan el derecho a ser promocionados como mínimo a una plaza de profesor titular y, si los vientos soplan a favor, a una cátedra. Entre otras cosas porque en el rígido mercado laboral español quien no haya hecho en esos años unas oposiciones a algún cuerpo funcionarial o haya logrado echar raíces en una empresa queda colocado en las tinieblas exteriores, y los dudosos méritos adquiridos en ese gris noviciado universitario constituyen una moneda que sólo tiene valor en el mercado negro del departamento.

Se ha dicho que en los partidos políticos hay quienes ascienden a los puestos intermedios (el liderazgo es otra cosa) por méritos “grises” (es decir, por hacer trabajo sucio durante un número de años), y entonces tenemos un partido de mediocres, y quienes ascienden por el favor o el apoyo de un líder que, por la razón que sea, se ve lo suficientemente seguro como para permitirse agraviar a la infantería que hace ese trabajo sucio colocándole por delante a alguien a quien considera más valioso. El hecho de que en la carrera académica no existan trabas de acceso genera una situación fáctica en la que se promociona a personas que no reúnen las condiciones necesarias para realizar una carrera académica digna y a las que, una vez franqueada la entrada, es imposible dejar atrás, en perjuicio en muchos casos de aspirantes mucho más cualificados. Pretender que la realización de la tesis sea la única prueba de acceso a la carrera académica, sin ningún tipo de control previo al inicio de la fase predoctoral, es extremadamente peligroso porque, en un ambiente como el nuestro (en el que ya no cabe poner una confianza total en las decisiones que sobre personal adopte cualquier profesor), puede dar lugar a todo tipo de abusos de imposible corrección posterior. El establecimiento de filtros efectivos, a ser posible nacionales o en todo caso aislados de los departamentos, es uno de los requisitos necesarios para la regeneración universitaria.
*Alejandro Huergo Lora es Profesor Titular (acreditado a Catedrático) de Derecho Administrativo de la Universidad de Oviedo.

Carta de agradecimiento de un profesor evaluado negativamente por la ANECA. Por Manuel Broncano Rodríguez

Un muy buen amigo, Manuel Broncano Rodríguez, nos envía, un poco espoleado por algún promotor de FANECA, el mensaje que en su momento remitió a una "miembra" (que, por elegancia, nuestro amigo mantiene aquí en el anonimato) de la correspondiente Comisión de acreditación de la ANECA, representante del área a que ambos pertenecen, Filología Inglesa, después de recibir la denegación (reclamación previa incluida) de su acreditación como Catedrático del área mencionada y, poco después, ser contratado como Catedrático... ¡de Literatura Americana!... ¡por una Universidad norteamericana de bastante prestigio!, tras pasar una seria selección con competidores estadounidenses incluidos. Que además sea Director del Departamento es casi lo de menos. Allí está, feliz y reconocido (sin que lo conocieran personalmente de nada), gracias al baño de realidad de nuestra casi homónima ANECA. Se entiende todo muy bien.

Ésta es la carta:

Distinguida Dra. ****** *****:

Me dirijo a usted con el fin de transmitirle mi más profundo agradecimiento por las razones que paso a explicarle. Ayer, día 22 de junio, recibí por fin contestación oficial de la ANECA en la que se me comunica la resolución definitiva de mi solicitud de acreditación para el cuerpo de CU, acordada por la Comisión de Artes y Humanidades, en la que usted actúa como representante del área de Filología Inglesa. En dicha comunicación se especifica la puntuación obtenida por mi expediente, la cual he podido finalmente conocer después de elevar una reclamación ante el Consejo de Universidades (y es que en la primera comunicación recibida no se recogía dicha puntuación, y así lo tuve que alegar ante tal Consejo). En todo caso, y aquí va la primera de las razones por las que me dirijo hoy a usted, la puntuación total otorgada a mi expediente es de 62 sobre un total de 100 puntos posibles.

Por una parte, ello me hace comprender que disto mucho de estar a la altura de los requisitos establecidos para acceder al cuerpo de CU. Por otra, me induce a sentir una profunda alegría por haber obtenido mi plaza de TU en el año 1993, pues de haber solicitado hoy acreditación para dicho cuerpo, es muy posible que la resolución hubiese sido negativa. Como usted seguramente conoce, para acceder al cuerpo de TU se exige un mínimo de 60 puntos sobre 100. Si después de dieciséis años como Titular de Universidad, y veintiuno como profesor universitario, mi expediente no alcanza más que 62 puntos, no puedo sino concluir que mi carrera universitaria no habría tenido cabida en el sistema universitario español. Gracias a Dios, las resoluciones de la ANECA no tienen efectos retroactivos. En todo caso, creo haber comprendido fehacientemente el lugar que ocupo en la Filología Inglesa en España, y eso debo de agradecérselo a la Comisión de Artes y Humanidades. Le ruego pues, que haga extensivo mi agradecimiento a todos los miembros que componen dicha comisión, así como a aquellos evaluadores que han participado en el proceso.

La verdadera razón por la que me dirijo hoy a usted es sin embargo la siguiente: cuando recibí la primera comunicación de la ANECA, donde se ponía en mi conocimiento la resolución negativa acordada por la C. de Artes y Humanidades, sentí una profunda desazón al comprobar que mi carrera estaba completamente desorientada y carecía de sentido (tanto investigador como docente). Dicho sentimiento me llevó a solicitar trabajo en otras latitudes, con la esperanza de encontrar algún país donde mi modesta carrera pudiese tener cabida y quizá incluso enderezarse. Y hete aquí que, quizá por mediación de algún santo (en los que creo sólo a veces), mi angustia encontró repuesta. Y así, hoy puedo poner en su conocimiento que a partir del próximo 1 de agosto del año en curso voy a comenzar a prestar mis servicios como "Professor of English (field: American Literature) and Chair of the Department of Language and Literature", es decir, Catedrático de Literatura Norteamericana y Director de Departamento, en la Texas A & M ***, institución miembro del sistema Texas A & M. Aunque es una institución modesta, que quizá no esté a la altura de ninguna de las universidades españolas, usted comprenderá que sea para mí motivo de inmensa alegría ver reconocida mi trayectoria académica en el campo de la literatura norteamericana por una institución estadounidense. Así pues, en breve emigraré hacia otras tierras (espero que sólo sea un exilio temporal) en busca, qué paradoja, de ese "sueño americano" del que tanto y tanto he hablado en mis clases, y del que sin duda seguiré hablando por aquellos lares, con la súbita comprensión de que ese sueño, al fin y al cabo, quizá exista...

Sólo puedo pues agradecerle a usted personalmente y a la ANECA en general haber evaluado de forma negativa mi solicitud de acreditación, pues de lo contrario nunca habría concursado a la plaza que hoy voy a ocupar. Como dice un pariente cercano, "Dios escribe derecho con renglones torcidos", y ello acaso se demuestre en las presentes circunstancias.

Espero no haberle robado mucho tiempo con este extenso mensaje, pero no quería dejar pasar la ocasión de manifestarle mi reconocimiento por su generosa y desinteresada labor como promotora y evaluadora de los estudios de Filología Inglesa en España. Sólo cabe alegrarse de saber que este país cuenta con gestores universitarios objetivos e imparciales como usted.

Aprovecho la ocasión para enviarle mis más cordiales saludos. Atentamente, M. B.

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lunes, 15 de marzo de 2010

Índice del número 8 de FANECA,sábado 13 de marzo

- Menores y nuevas tecnologías. Por Avelino Fierro Gómez.
- Manifiesto de maestros y profesores. Por un sistema educativo libre, eficaz e independiente.

EL OCASO DE LA ACREDITACIÓN FORMALISTA (II). La ANECA soberana y los 2002 indios. Por Jacobo Dopico Gómez-Aller

Una de las claves del sistema formal de acreditación es la existencia de una escala de valoración clara y cognoscible por los profesores que solicitan la acreditación. Sin ese baremo, el sistema formal pierde su base de garantía y resulta aún más perverso que cualquier antigua comisión evaluadora: se evalúa al profesorado a ojo de buen cubero, sin control, sin conocimiento de los evaluadores y con total falta de transparencia. Y recurra usted al maestro armero.
El Real Decreto 1312/2007, que asigna a la ANECA la función de evaluación de los profesores en el sistema de Acreditación Nacional, se la atribuye con base en unos criterios de evaluación y unos baremos contenidos en su Anexo (disponible aquí). Esto implica varias cosas:
- La potestad para evaluar está ineludiblemente condicionada a esos criterios y a ese baremo. La ANECA no recibe por un lado la potestad de evaluar y por otro unas sugerencias de evaluación. Por el contrario, sólo está autorizada a ejercer esa potestad en la medida en que siga esos parámetros (arts. 12 y 13: “los méritos… SE VALORARÁN DE ACUERDO CON LOS CRITERIOS QUE FIGURAN EN EL ANEXO”; similar en la Disposición Adicional primera, punto 2)
- Frente a los administrados, esta vinculación es el camino para “garantizar la necesaria transparencia y objetividad en el desarrollo del proceso” (exposición de motivos).
Así, por ejemplo, para los profesores titulares, el baremo establecido por el RD 1312/2007 es el siguiente:

O sea: que la ANECA no actúa soberanamente, sino que ejerce legítimamente las funciones que se le han asignado en la medida en que se ajuste a los requisitos de la norma que le habilita a ejercerlas.
Seguimos: resulta que, además, la ANECA publica desde hace tiempo un documento llamado “Principios y orientaciones para la aplicación de los criterios de evaluación”. En ese documento (págs. 79 y siguientes), la ANECA anuncia a los administrados cómo va a valorar cada uno de esos méritos, concretando cómo se distribuyen esos puntos (“Tabla orientativa de puntuaciones máximas”). Por seguir con el ejemplo de los profesores titulares, ahora limitándolo al área de CC. Sociales y Jurídicas:

Así que:
a) En un primer nivel, la ANECA recibe un mandato de evaluación limitado por un baremo y unos criterios. En la medida en que no los siga, actuará fuera de su habilitación.
b) Posteriormente, en sus “Principios y orientaciones”, la ANECA opta por concretar esos baremos. En la medida en que se separe de esa concreción, actuará contra actos propios, en concreto con los módulos de evaluación que ha anunciado a los administrados y en los que éstos han de poder confiar.

Ahora imagínense que en la motivación de una evaluación se rechaza la acreditación de alguien porque:
1. Carece de experiencia en gestión académica. ¡Pero eso sólo explica la ausencia de CINCO PUNTOS de un total de CIEN, según el baremo del RD 1312/2007!
2. Sus estancias de investigación en el extranjero son predoctorales y no posdoctorales. En primer lugar, ese criterio de discriminación no aparece en ningún sitio, por lo que no es cognoscible por el administrado; pero es que, además, eso sólo podría afectar a un núcleo de TRES puntos (y nunca podría puntuar esa casilla con un CERO, porque el que las estancias sean predoctorales podrá, A LO SUMO –y es dudoso- reducir la intensidad de la valoración del mérito, pero nunca excluirlo).
3. Porque no tiene textos docentes, y sólo tiene publicaciones de investigación. Más allá de lo irracional de la limitación, centrémonos en el baremo: Los textos docentes ocupan, junto con otros méritos, una casilla de 7 puntos: por pura lógica, la ausencia de ese mérito nunca podría reducir más de 7 puntos.
4. Porque no ha dirigido tesis doctorales. Independientemente del absurdo de pretender de modo general que los profesores ayudantes o contratados doctores hayan dirigido tesis doctorales como requisito para acceder a la titularidad, según el baremo la ausencia de ese mérito sólo podría restar alguna puntuación dentro de un marco de cinco puntos. Y no toda, claro, porque esos cinco puntos se alcanzan con la dirección de proyectos de fin de carrera, trabajos de doctorado… y tesis doctorales.
5. Porque no ha sido Investigador Principal de proyectos de investigación obtenidos en convocatorias competitivas. De nuevo el absurdo: ¿se requiere de verdad que un ayudante o un contratado doctor sea IP en proyectos de investigación? Pero, de nuevo volviendo a su propio baremo: en el apartado de participación en proyectos de investigación, el objeto principal de valoración es ese: la PARTICIPACIÓN. La DIRECCIÓN del proyecto es un mérito adicional, que será parcialmente valorado en el apartado “Proyectos de investigación” y parcialmente en el de gestión y administración, como se deduce con claridad del documento de “Principios y orientaciones” (pág. 25); su ausencia no puede restar prácticamente puntos para una acreditación a profesor titular.
Estas intolerables respuestas son lamentablemente frecuentes; podríamos dedicar un próximo post al mecanismo perverso que genera estos efectos absurdos (sobre el que amablemente me ha ilustrado algún evaluador), pero hoy nos limitaremos a esta breve explicación y a abrir el debate.
En cualquier caso, todo esto nos debe llevar a reflexionar uno de los problemas fundamentales del sistema de acreditación actual: su carácter formal busca ser garantista y aportar seguridad jurídica, pero en realidad encierra un modelo de inseguridad jurídica, que deja al administrado en la mayor de las indefensiones ante posibles (y muy reales) decisiones arbitrarias.
La ANECA primero nos da una valoración exactísima: por haber sido decano o vicerrector, se pueden dar hasta CINCO puntos. Pero luego actúa “a ojímetro” y le dice al administrado: “usted tiene unos cincuenta y nueve puntos sobre cien, porque no ha sido decano ni vicerrector y porque sus estancias en el extranjero son predoctorales”.
Todo esto recuerda aquel viejo y malísimo chiste del vigía del fuerte que grita “¡Que vienen los indios!”. El coronel le pregunta cuántos vienen, y el vigía contesta “2002”. El coronel, sorprendido, le pregunta cómo ha llegado a un cómputo tan exacto. El vigía contesta: “Porque delante vienen dos y, detrás, unos dos mil”.