Creo que casi todas las intervenciones que se han ido publicando en este foro están de acuerdo en la crítica al enfoque pseudo-pedagógico de “Bolonia” y en el lamento por la situación general de la Universidad. Una vez que ésta se ha poblado, debido a la utilización corrupta de los sistemas de acceso a los niveles más altos de la carrera universitaria, de mediocres, es muy difícil intentar reformarla desde dentro, aunque, paradójicamente, a ello se dediquen cada día más horas, más euros y más papel (o documentos en PDF). No todos ven las cosas así (recuerden la vieja distinción de Eco entre apocalípticos e integrados), pero quienes lo hacen sienten que la verdadera actividad universitaria, que les sigue pareciendo igual de atractiva que cuando la escogieron voluntariamente como forma de vida (en el doble sentido de que nadie les obligó a ello y de que disponían de alternativas reales), es algo que entienden ellos solos o, a lo sumo, pequeños grupos como éste que ha surgido en torno a FANECA.
Todo ello tiene, por supuesto, los peligros de lo minoritario. Como decía Evelio Verdera, cualquier italiano abomina de la Italia meridional, que comienza 100 kilómetros al Sur del punto en el que se encuentre el hablante, y todo “auténtico” universitario tiende a dar a esa figura los perfiles que encuentra cuando se mira en el espejo, pero esas son servidumbres humanas inevitables.
Algunos de los análisis generales de la Universidad que aquí se publican pecan, a mi juicio, de un cierto voluntarismo. Dicho de otra manera, es como lamentarse de que un escorpión pique o echarle una bronca a un coche que se ha quedado sin gasolina. Una vez creada, por la LRU, la figura de los profesores titulares funcionarios a la que se accedía con relativa facilidad (una figura que no tiene paralelo en los sistemas universitarios de referencia, y menos cuando se creó), todos los cambios posteriores en la regulación del acceso a cátedras (incluida la actual acreditación y el futuro “cuerpo único”) estaban ya implícitos y simplemente han ido “desvelándose” o haciéndose realidad a través de una versión pedestre y costumbrista de la dialéctica de Hegel [p.ej., LRU (tesis) más intento de volver a las oposiciones vía habilitación (antítesis) igual a acreditación(síntesis)].
En un intento de huir de ese voluntarismo quiero llamar la atención sobre una de las causas que más han contribuido, a mi juicio, al actual estado de cosas, que no es otra que la falta efectiva de controles de acceso a las primeras fases de la carrera universitaria, es decir, a la etapa predoctoral. Me parece que si sólo se permitiera hacer la tesis doctoral a quien haya acreditado, mediante pruebas específicas o con el expediente académico, una capacidad superior a la media y lo más alta posible, gran parte de los problemas actuales no se producirían, porque todos los aspirantes a las cátedras y demás puestos del escalafón académico serían profesionales brillantes y las injusticias, en caso de haberlas, no serían tan notorias como ahora ni tendrían la misma gravedad ni las mismas consecuencias.
En los últimos veinte años se han relajado los controles de acceso a la condición de doctorando, en parte por la proliferación de becas y también por la necesidad que tenían las Universidades de reclutar profesorado precario para hacer frente a las necesidades docentes surgidas en múltiples titulaciones, no pocas de las cuales se encuentran actualmente en plena reconversión por falta de alumnos. En este contexto no resultaba difícil obtener un contrato sin más requisito que el apoyo de un catedrático. Únase a ello que, si en Alemania cada catedrático dispone (o al menos disponía), en función de la dotación presupuestaria de su cátedra, de un número de plazas de ayudante, lo que le incentiva a escoger bien a su personal, en España los ayudantes lo son “del Departamento”, de lo que se deriva un irracional estímulo para que cada catedrático colonice lo antes posible esas plazas so pena de verse rodeado de doctorandos hostiles, miembros de tribus rivales.
El problema es que, por el casi invencible argumento de los hechos consumados y porque es la única manera de retribuir a personas que han quemado “sus mejores años”, es decir, los años posteriores a la licenciatura, en esa clase de labores subalternas, quienes así han entrado se ganan el derecho a ser promocionados como mínimo a una plaza de profesor titular y, si los vientos soplan a favor, a una cátedra. Entre otras cosas porque en el rígido mercado laboral español quien no haya hecho en esos años unas oposiciones a algún cuerpo funcionarial o haya logrado echar raíces en una empresa queda colocado en las tinieblas exteriores, y los dudosos méritos adquiridos en ese gris noviciado universitario constituyen una moneda que sólo tiene valor en el mercado negro del departamento.
Se ha dicho que en los partidos políticos hay quienes ascienden a los puestos intermedios (el liderazgo es otra cosa) por méritos “grises” (es decir, por hacer trabajo sucio durante un número de años), y entonces tenemos un partido de mediocres, y quienes ascienden por el favor o el apoyo de un líder que, por la razón que sea, se ve lo suficientemente seguro como para permitirse agraviar a la infantería que hace ese trabajo sucio colocándole por delante a alguien a quien considera más valioso. El hecho de que en la carrera académica no existan trabas de acceso genera una situación fáctica en la que se promociona a personas que no reúnen las condiciones necesarias para realizar una carrera académica digna y a las que, una vez franqueada la entrada, es imposible dejar atrás, en perjuicio en muchos casos de aspirantes mucho más cualificados. Pretender que la realización de la tesis sea la única prueba de acceso a la carrera académica, sin ningún tipo de control previo al inicio de la fase predoctoral, es extremadamente peligroso porque, en un ambiente como el nuestro (en el que ya no cabe poner una confianza total en las decisiones que sobre personal adopte cualquier profesor), puede dar lugar a todo tipo de abusos de imposible corrección posterior. El establecimiento de filtros efectivos, a ser posible nacionales o en todo caso aislados de los departamentos, es uno de los requisitos necesarios para la regeneración universitaria.
Todo ello tiene, por supuesto, los peligros de lo minoritario. Como decía Evelio Verdera, cualquier italiano abomina de la Italia meridional, que comienza 100 kilómetros al Sur del punto en el que se encuentre el hablante, y todo “auténtico” universitario tiende a dar a esa figura los perfiles que encuentra cuando se mira en el espejo, pero esas son servidumbres humanas inevitables.
Algunos de los análisis generales de la Universidad que aquí se publican pecan, a mi juicio, de un cierto voluntarismo. Dicho de otra manera, es como lamentarse de que un escorpión pique o echarle una bronca a un coche que se ha quedado sin gasolina. Una vez creada, por la LRU, la figura de los profesores titulares funcionarios a la que se accedía con relativa facilidad (una figura que no tiene paralelo en los sistemas universitarios de referencia, y menos cuando se creó), todos los cambios posteriores en la regulación del acceso a cátedras (incluida la actual acreditación y el futuro “cuerpo único”) estaban ya implícitos y simplemente han ido “desvelándose” o haciéndose realidad a través de una versión pedestre y costumbrista de la dialéctica de Hegel [p.ej., LRU (tesis) más intento de volver a las oposiciones vía habilitación (antítesis) igual a acreditación(síntesis)].
En un intento de huir de ese voluntarismo quiero llamar la atención sobre una de las causas que más han contribuido, a mi juicio, al actual estado de cosas, que no es otra que la falta efectiva de controles de acceso a las primeras fases de la carrera universitaria, es decir, a la etapa predoctoral. Me parece que si sólo se permitiera hacer la tesis doctoral a quien haya acreditado, mediante pruebas específicas o con el expediente académico, una capacidad superior a la media y lo más alta posible, gran parte de los problemas actuales no se producirían, porque todos los aspirantes a las cátedras y demás puestos del escalafón académico serían profesionales brillantes y las injusticias, en caso de haberlas, no serían tan notorias como ahora ni tendrían la misma gravedad ni las mismas consecuencias.
En los últimos veinte años se han relajado los controles de acceso a la condición de doctorando, en parte por la proliferación de becas y también por la necesidad que tenían las Universidades de reclutar profesorado precario para hacer frente a las necesidades docentes surgidas en múltiples titulaciones, no pocas de las cuales se encuentran actualmente en plena reconversión por falta de alumnos. En este contexto no resultaba difícil obtener un contrato sin más requisito que el apoyo de un catedrático. Únase a ello que, si en Alemania cada catedrático dispone (o al menos disponía), en función de la dotación presupuestaria de su cátedra, de un número de plazas de ayudante, lo que le incentiva a escoger bien a su personal, en España los ayudantes lo son “del Departamento”, de lo que se deriva un irracional estímulo para que cada catedrático colonice lo antes posible esas plazas so pena de verse rodeado de doctorandos hostiles, miembros de tribus rivales.
El problema es que, por el casi invencible argumento de los hechos consumados y porque es la única manera de retribuir a personas que han quemado “sus mejores años”, es decir, los años posteriores a la licenciatura, en esa clase de labores subalternas, quienes así han entrado se ganan el derecho a ser promocionados como mínimo a una plaza de profesor titular y, si los vientos soplan a favor, a una cátedra. Entre otras cosas porque en el rígido mercado laboral español quien no haya hecho en esos años unas oposiciones a algún cuerpo funcionarial o haya logrado echar raíces en una empresa queda colocado en las tinieblas exteriores, y los dudosos méritos adquiridos en ese gris noviciado universitario constituyen una moneda que sólo tiene valor en el mercado negro del departamento.
Se ha dicho que en los partidos políticos hay quienes ascienden a los puestos intermedios (el liderazgo es otra cosa) por méritos “grises” (es decir, por hacer trabajo sucio durante un número de años), y entonces tenemos un partido de mediocres, y quienes ascienden por el favor o el apoyo de un líder que, por la razón que sea, se ve lo suficientemente seguro como para permitirse agraviar a la infantería que hace ese trabajo sucio colocándole por delante a alguien a quien considera más valioso. El hecho de que en la carrera académica no existan trabas de acceso genera una situación fáctica en la que se promociona a personas que no reúnen las condiciones necesarias para realizar una carrera académica digna y a las que, una vez franqueada la entrada, es imposible dejar atrás, en perjuicio en muchos casos de aspirantes mucho más cualificados. Pretender que la realización de la tesis sea la única prueba de acceso a la carrera académica, sin ningún tipo de control previo al inicio de la fase predoctoral, es extremadamente peligroso porque, en un ambiente como el nuestro (en el que ya no cabe poner una confianza total en las decisiones que sobre personal adopte cualquier profesor), puede dar lugar a todo tipo de abusos de imposible corrección posterior. El establecimiento de filtros efectivos, a ser posible nacionales o en todo caso aislados de los departamentos, es uno de los requisitos necesarios para la regeneración universitaria.
*Alejandro Huergo Lora es Profesor Titular (acreditado a Catedrático) de Derecho Administrativo de la Universidad de Oviedo.
"Me parece que si sólo se permitiera hacer la tesis doctoral a quien haya acreditado, mediante pruebas específicas o con el expediente académico, una capacidad superior a la media y lo más alta posible"
ResponderEliminarLa pescadilla que se muerde la cola. Estamos criticando un sistema universitario retrógrado, anticuado, endogámico e injusto (o, al menos, yo lo hago) ¿y se propone utilizar el expediente académico para acreditar?
Un expediente brillante no tiene nada que ver con la capacidad, la curiosidad y el entusiasmo de ser investigador. Un expediente de los de libro indica que alguien ha sabido seguir las reglas que le dictan al dedillo, que es ultracompetitivo y maniático, que ha acudido al despacho hasta no salirse con la matrícula, etc...
¿Esos son los investigadores que queremos? Porque son los que ya tenemos en su mayoría, y los que se siguen quedando dentro del sistema. Seguramente porque no tienen cabida fuera de él; es decir, en el mundo real.
Creo que el análisis del Prof. Huergo es agudo y está magníficamente expuesto.
ResponderEliminar1. Partamos de algo innegable: en términos estratégicos, es mil veces más fácil establecer límites al ACCESO a los departamentos que a la PROGRESIÓN EN LA CARRERA ACADÉMICA. Por ello, rechazar una medida de esta clase es poco menos que suicida. Si no somos capaces de exigir excelencia en el ACCESO, ¿cómo exigirla más adelante?
2. Respecto de lo que dice el anterior comentarista anónimo: es cierto que los expedientes académicos pueden no reflejar la valía del investigador.
Pero hoy por hoy no puede obviarse que el doctorado sirve exclusivamente para el acceso a un sector de la FUNCIÓN PÚBLICA: la carrera académica. No tiene reconocida otra función social.
En las evaluaciones relativas a la función pública se miden MÉRITO y CAPACIDAD. Ciertamente, es posible que en alguna ocasión alguien con extraordinaria CAPACIDAD investigadora no tenga gran MÉRITO académico... Pero si hablamos de acceder a la función pública, hay que evaluar esos dos elementos. Y si tiene usted que evaluar el mérito y la capacidad de un recién licenciado, se encontrará que los únicos indicios que puede valorar son sus méritos, que en su mayor parte son los que constan en su expediente académico.
3. Lo cierto es que ya hay algo de esto en marcha. Las becas de Formación de Personal Investigador del Ministerio van estableciendo cada vez más limitaciones basadas en expediente académico. Se trata de apretar más por ahí, porque quien se doctora sin vinculación con un Departamento lo tiene muy difícil para acceder a la carrera académica.
4. Sin embargo, las Fundaciones de las Universidades "complementan" ese cupo de becas sin establecer límites por expediente. Craso error.
5. Conclusión: ¡aprovechemos la época de vacas flacas para introducir requisitos "de excelencia" en las becas de las propias universidades!
(NOTA : si dice usted "meritocráticos", malo; si dice "de excelencia", bueno).
Estoy de acuerdo con el primer comentario, conozco el mundo universitario porque trabajo en el. Por mi departamento paso gente de muy buen expediente, que tuvo las correspondientes becas y que o no llego a leer la tesis o que no siguio por el camino de la investigacion/docencia universitaria porque suponia mucho esfuerzo (palabras textuales). Por el contrario, personas con un bajo expediente tienen hoy en dia puestos de investigador en el CSIC, OPIs y Universidad (ah y por meritos propios!!!).
ResponderEliminarBastaría con suprimir las becas propias y ad hoc para completar lo que dice el Sr. Huergo.
ResponderEliminarNo obstante, ¿quién y como se controla la progresión en la función pública? ¿cómo podemos extraer del eslabón a quien ya es funcionario consolidado y no hace ni el huevo, o hace refritos, o no ha publicado jamás nada que merezca la pena?
Ahí dejo -muy modestamente- una espinosa cuestión, a día de hoy pendiente de resolver.
Posiblemente sólo la CIENCIA y el TIEMPO pongan a cada uno en el lugar que merece.