(Publicado en ABC el pasado 17 de marzo)
En la sociedad actual, a las universidades públicas, al menos, se les pide que impartan docencia y formen a los estudiantes, investiguen, realicen I+D+i, hagan transferencia tecnológica, licencien patentes, colaboren con las empresas o creen ellas mismas spin offs, compitan con las demás universidades y centros de investigación en un marco cada vez más globalizado, faciliten la inserción de los estudiantes en el mundo laboral e, incluso, que fomenten su espíritu emprendedor, formen a los profesionales a lo largo de la vida (life long learning), contribuyan al desarrollo económico y social de su entorno, expandan valores humano y cívicos, sirvan para el desarrollo cultural. En definitiva, podemos afirmar que se les demanda sean punta de lanza en la riqueza de la Nación, por emular la famosa obra de Adam Smith.
Y, por ende, a los profesores universitarios se les pide que sean buenos docentes e investigadores, inventores, gestores de las universidades, conseguidores de recursos para los proyectos de investigación, tutores de nuestros estudiantes más allá del mero aspecto académico, formadores de profesionales y empresarios, referentes en nuestra sociedad, etc. Es decir, excelentes –término éste últimamente muy de moda en el ámbito universitario español- en los variados campos de actuación.
La pregunta que surge de seguido no es, ni siquiera ¿a cambio de qué? como preguntan muchos profesionales públicos y privados cuando se les exige elevados resultados en su labor, sino ¿con qué medios?
A los Gobiernos se les “llena la boca” –permítaseme la expresión- hablando de inversión en la sociedad del conocimiento que vivimos; de que en la I+D+i+T es donde se encuentra la puerta de salida a la brutal crisis económica que padecemos y el futuro de nuestra sociedad desarrollada; afirmando que los recortes no se producirán ni en Educación ni en Ciencia y Tecnología, aunque luego contemplemos que los presupuestos de las universidades son los primeros en sufrir la austeridad presupuestaria y que las convocatorias competitivas de investigación son las primeras que desaparecen de los Boletines Oficiales correspondientes.
Pero, la pregunta era ¿con qué medios contamos para conseguir todo aquellos que se nos pide que no es ni poco ni baladí?
Por lo que ya hemos escrito, es fácil adivinar que contamos con una financiación a todas luces insuficiente que no llega a cubrir siquiera el Capítulo I de los presupuestos de las universidades públicas y no digamos ya los Capítulos referidos a compras de materiales y equipos y su mantenimiento cada vez más sofisticados y caros.
Contamos con un marco obsoleto propio del periclitado modelo de universidad napoleónica que sigue dando sus últimos coletazos. Se desaprovechan las oportunidades para reformar en profundidad la universidad. Los Gobiernos porque se empeñan en hacer las reformas sobre el papel sin que cuenten un euro; las universidades porque prefieren seguir manteniendo el status quo y, a veces, cambian todo para que todo siga igual
Contamos con un sistema de gobierno universitario completamente ineficaz e ineficiente por asambleario, que no democrático, donde los órganos de gobierno unipersonales: rectores, decanos y directores de departamentos están al albur de las estructuras y los grupos de presión oficiales y extraoficiales.
En fin, contamos con un inexistente sistema universitario nacional, que está –prácticamente- provincializado y donde ¡”parajodas” de la vida!, que diría Cabrero Infante, no existe la más mínima libertad de circulación entre profesores y estudiantes que pretendemos tener con toda Europa.
Y con todo esto se extrañan que no haya ninguna universidad pública entre las cien mejores del mundo. De verdad, si es que dan ganas de repetir ese grito unamuniano ¡Qué inventen ellos!
Y, por ende, a los profesores universitarios se les pide que sean buenos docentes e investigadores, inventores, gestores de las universidades, conseguidores de recursos para los proyectos de investigación, tutores de nuestros estudiantes más allá del mero aspecto académico, formadores de profesionales y empresarios, referentes en nuestra sociedad, etc. Es decir, excelentes –término éste últimamente muy de moda en el ámbito universitario español- en los variados campos de actuación.
La pregunta que surge de seguido no es, ni siquiera ¿a cambio de qué? como preguntan muchos profesionales públicos y privados cuando se les exige elevados resultados en su labor, sino ¿con qué medios?
A los Gobiernos se les “llena la boca” –permítaseme la expresión- hablando de inversión en la sociedad del conocimiento que vivimos; de que en la I+D+i+T es donde se encuentra la puerta de salida a la brutal crisis económica que padecemos y el futuro de nuestra sociedad desarrollada; afirmando que los recortes no se producirán ni en Educación ni en Ciencia y Tecnología, aunque luego contemplemos que los presupuestos de las universidades son los primeros en sufrir la austeridad presupuestaria y que las convocatorias competitivas de investigación son las primeras que desaparecen de los Boletines Oficiales correspondientes.
Pero, la pregunta era ¿con qué medios contamos para conseguir todo aquellos que se nos pide que no es ni poco ni baladí?
Por lo que ya hemos escrito, es fácil adivinar que contamos con una financiación a todas luces insuficiente que no llega a cubrir siquiera el Capítulo I de los presupuestos de las universidades públicas y no digamos ya los Capítulos referidos a compras de materiales y equipos y su mantenimiento cada vez más sofisticados y caros.
Contamos con un marco obsoleto propio del periclitado modelo de universidad napoleónica que sigue dando sus últimos coletazos. Se desaprovechan las oportunidades para reformar en profundidad la universidad. Los Gobiernos porque se empeñan en hacer las reformas sobre el papel sin que cuenten un euro; las universidades porque prefieren seguir manteniendo el status quo y, a veces, cambian todo para que todo siga igual
Contamos con un sistema de gobierno universitario completamente ineficaz e ineficiente por asambleario, que no democrático, donde los órganos de gobierno unipersonales: rectores, decanos y directores de departamentos están al albur de las estructuras y los grupos de presión oficiales y extraoficiales.
En fin, contamos con un inexistente sistema universitario nacional, que está –prácticamente- provincializado y donde ¡”parajodas” de la vida!, que diría Cabrero Infante, no existe la más mínima libertad de circulación entre profesores y estudiantes que pretendemos tener con toda Europa.
Y con todo esto se extrañan que no haya ninguna universidad pública entre las cien mejores del mundo. De verdad, si es que dan ganas de repetir ese grito unamuniano ¡Qué inventen ellos!
*Antonio Calonge es Secretario General de la Universidad de Valladolid
Perdone profesor, pero ¿cómo ha llegado usted a Secretario General de su centenaria Universidad? ¿Es que para usted y su equipo no es aplicable lo de "las estructuras y los grupos de presión oficiales y extraoficiales"?
ResponderEliminarPor lo demás, de acuerdo.