Muy respetado Rector y más apreciado amigo, las noticias sobre las propuestas del Gobierno dirigidas a retrasar la edad de jubilación de los trabajadores deberían llevar a reconsiderar si los planes de prejubilación de los profesores son razonables. Con sinceridad, nunca pensé que fueran sensatos, pero ahora están más en cuestión.
La crisis económica urge el debate sobre el sistema de pensiones. Ya hace tiempo conocíamos informes de organismos de prestigio sobre la necesidad de su reforma, ante las obvias razones de una mayor esperanza de vida y, sobre todo, por la lucidez que podemos tener con sesenta o setenta años. La singularidad que presenta la dedicación universitaria, la actividad de estudio e investigación, ha justificado que esa edad legal haya estado retrasada hasta los setenta años y, además, es frecuente que a muchos maestros se les ensalce con la figura del profesor “emérito” para que mantengan por más tiempo el vínculo con la Universidad y sigan ilustrando con sus conocimientos.
Sin embargo, las Universidades están dejando de lado esta evidente realidad y preparan planes de prejubilación para todos aquellos profesores que tienen ya ¡sesenta años! ¿Qué sentido tiene ir contra los tiempos? Más todavía, ¿qué sentido tiene ir contra la realidad?
Se me dirá que, incluso, son los propios profesores quienes solicitan su prejubilación. Yo tengo varios amigos, prestigiosos profesionales, de quienes siempre he admirado su trayectoria, sus amplios conocimientos y su insaciable curiosidad. Algunos me dicen que la de ahora poco se parece a la Universidad a la que han dedicado su vida, que junto al tiempo para realizar sus investigaciones y seguir leyendo y estudiando, han de dedicar más tiempo a repetir formularios cansinos y absurdos; que se multiplican las reuniones para realizar las actividades de gestión, que muchas veces podrían agilizar los funcionarios eficaces de la casa. Pero que una tonta moda de evaluaciones, calidades, debilidades y otras esterilidades esté descuidando el oficio del saber, no debe conducir a desatender también a los maestros que contribuyeron a poner en pie la Universidad de León, y permitir que se vayan.
Me preocupa mucho explicar bien a mis alumnos de Derecho administrativo la necesidad de que el poder, las Administraciones, actúen de manera “razonable y razonada” para conseguir el interés público. Y sobre estos planes de prejubilación no veo razones, por el contrario, sólo advierto argumentos para que los profesores no dejen la Universidad con sesenta años. ¿Qué interés público hay en las prejubilaciones?
Me resisto a creer que sean cuestiones económicas las que están ocultas. Que ante la grave situación actual, las Universidades prefieren dejar de pagar el sueldo de un catedrático y contratar un ayudante. ¡Claro que son necesarios los ayudantes! ¡Quién va a formar a los jóvenes dentro de veinte y treinta años! ¿Es necesario recordar la cantidad de años de dedicación intensa que se necesitan para formar a un profesor? Pero ¿por qué eso ha de llevar a decir adiós a los profesores gracias a los cuales se conoce en el mundo académico la Universidad de León? Si de dineros hablamos, ese sí que es un importante capital de esta Universidad.
En fin, querido rector, creo que dentro del interés público que debe mover toda actuación de dirección de esta Universidad no está en cargar sobre las espaldas de los contribuyentes más prejubilaciones de personas que están en óptimas condiciones para seguir enseñándonos. Reconsidera esos planes por el prestigio de toda la Universidad. Con todo respeto y cariño, Mercedes Fuertes.
La crisis económica urge el debate sobre el sistema de pensiones. Ya hace tiempo conocíamos informes de organismos de prestigio sobre la necesidad de su reforma, ante las obvias razones de una mayor esperanza de vida y, sobre todo, por la lucidez que podemos tener con sesenta o setenta años. La singularidad que presenta la dedicación universitaria, la actividad de estudio e investigación, ha justificado que esa edad legal haya estado retrasada hasta los setenta años y, además, es frecuente que a muchos maestros se les ensalce con la figura del profesor “emérito” para que mantengan por más tiempo el vínculo con la Universidad y sigan ilustrando con sus conocimientos.
Sin embargo, las Universidades están dejando de lado esta evidente realidad y preparan planes de prejubilación para todos aquellos profesores que tienen ya ¡sesenta años! ¿Qué sentido tiene ir contra los tiempos? Más todavía, ¿qué sentido tiene ir contra la realidad?
Se me dirá que, incluso, son los propios profesores quienes solicitan su prejubilación. Yo tengo varios amigos, prestigiosos profesionales, de quienes siempre he admirado su trayectoria, sus amplios conocimientos y su insaciable curiosidad. Algunos me dicen que la de ahora poco se parece a la Universidad a la que han dedicado su vida, que junto al tiempo para realizar sus investigaciones y seguir leyendo y estudiando, han de dedicar más tiempo a repetir formularios cansinos y absurdos; que se multiplican las reuniones para realizar las actividades de gestión, que muchas veces podrían agilizar los funcionarios eficaces de la casa. Pero que una tonta moda de evaluaciones, calidades, debilidades y otras esterilidades esté descuidando el oficio del saber, no debe conducir a desatender también a los maestros que contribuyeron a poner en pie la Universidad de León, y permitir que se vayan.
Me preocupa mucho explicar bien a mis alumnos de Derecho administrativo la necesidad de que el poder, las Administraciones, actúen de manera “razonable y razonada” para conseguir el interés público. Y sobre estos planes de prejubilación no veo razones, por el contrario, sólo advierto argumentos para que los profesores no dejen la Universidad con sesenta años. ¿Qué interés público hay en las prejubilaciones?
Me resisto a creer que sean cuestiones económicas las que están ocultas. Que ante la grave situación actual, las Universidades prefieren dejar de pagar el sueldo de un catedrático y contratar un ayudante. ¡Claro que son necesarios los ayudantes! ¡Quién va a formar a los jóvenes dentro de veinte y treinta años! ¿Es necesario recordar la cantidad de años de dedicación intensa que se necesitan para formar a un profesor? Pero ¿por qué eso ha de llevar a decir adiós a los profesores gracias a los cuales se conoce en el mundo académico la Universidad de León? Si de dineros hablamos, ese sí que es un importante capital de esta Universidad.
En fin, querido rector, creo que dentro del interés público que debe mover toda actuación de dirección de esta Universidad no está en cargar sobre las espaldas de los contribuyentes más prejubilaciones de personas que están en óptimas condiciones para seguir enseñándonos. Reconsidera esos planes por el prestigio de toda la Universidad. Con todo respeto y cariño, Mercedes Fuertes.
*Mercedes Fuertes es catedrática de Derecho Administrativo de la Universidad de León
Esta carta abierta apareció en El Mundo de León el pasado 16 de febrero.
La verdad, yo no quiero enseñar más, ni tengo alumnos interesados en ser enseñados. Por favor, no seas aguafiestas y déjame largarme lo antes posible. Eso sí, los salvapatrias que tengan vía libre
ResponderEliminarSoy profesor universitario, aun no en edad de prejubilación, y no puedo sino estar totalmente de acuerdo con lo que expone el artículo de Mercedes Fuertes; el comentario sobre los salvapatrias creo que es desafortunado, pues no se plantea en ningún momento la obligación, sino la posibilidad de ampliar la trayectorio profesional y docente en la universidad.
ResponderEliminarEn todo caso, más allá del tema de la jubilación, creo que la carta plantea un problema aun más agudo: el de la burocratización creciente, directivista y muy poco razonable que está sufriendo toda la institución universitaria en estos momentos; con excusa de Bolonia. Desconoco las raíces profundaa de esta burocratización, aliñada con un fetichismo informático insoportable. Me complace mucho ver estas opiniones expuestas con una gran sentido común por una catedrática de derecho administrativo, y entiendo que no es mi alma algo ácrata, quizá ya un poco perezosa y talluda, la que me lleva a rechazar todos estos burocaritsmo, comisionismos y evaluacionismos cuantitativistas; rechazar, digo, desde las vísceras y con la evidencia de que se están caragando la universidad en su madre, que la pueden llegar a desvirtuar totalmente, si ya no lo estaba. Con todo esto entiendo esas "ganas" de jubilarse y ese cinismo que expresa el comentario.