FANECA

sábado, 6 de marzo de 2010

Una pequeña historia (al hilo de la tribuna de Araceli Mangas)

En el escrito de Araceli Mangas publicado el día 2 en El Mundo y que recogemos más arriba, la autora alude a que en diversas ocasiones formó parte “del comité ministerial que finalmente selecciona los proyectos y el reparto del dinero para cada proyecto”. Hace ya unos cuantos años, bastantes, también a mí me tocó ser uno de los integrantes de dicho comité. Allí estaba también, en efecto, la profesora Mangas, quien, por cierto, fue de los pocos presentes que protestaron por lo que ahora paso a relatar.
La reunión de aquel amplio comité comenzó con un debate sobre en qué puntuación obtenida por los proyectos debía ponerse el corte para asignar o negar financiación. Luego se discutió si los dineros disponibles debían repartirse a partes iguales entre todos los proyectos que superasen esa nota mínima o si resultaba más apropiado asignar una financiación proporcionalmente mayor a los proyectos mejor calificados. La Presidencia del comité se inclinaba clarísimamente por esta segunda opción, pero venció la otra.
Llegó el momento de pasar revista a los proyectos concurrentes y las puntuaciones que los evaluadores les habían asignado. Se decide ir de más puntos a menos y nos disponemos a saber cuál es, de todos los proyectos, el mejor evaluado. Resulta que hay uno que tiene cien puntos sobre cien. En ese instante, la persona que preside se levanta y se ausenta. Quien lo reemplaza explica que es porque se trata de un proyecto del que esa persona es investigador principal. Alguien pregunta quién lo valoró y averiguamos que es otro de los presentes en el comité, casualmente de su misma disciplina -eso parece normal-, de su misma comunidad autónoma y de su misma escuela y que, además, formaba parte del comité por invitación del otro. Curioso. Nadie pone pegas aún.
Ahora toca saber cuál es el segundo proyecto mejor valorado, éste con noventa y nueve puntos. Quien ahora se levanta y sale es el que había valorado el proyecto de la Presidencia, pues suyo es este otro proyecto. ¿Quién lo evaluó? La persona que ocupaba la Presidencia. Do ut des, viejo principio jurídico. Se habían evaluado mutuamente. Eran colegas; y compañeros; y amigos; y mandaban en el comité.
Esto que acabo de contar es rigurosamente cierto. En la propia reunión hubo alguna escaramuza, en la que participé junto con la profesora Mangas Martín y muy poquitos más. En boca cerrada... Y lo de guardar viña y tal. Y, sobre todo, que todo el mundo es bueno y a ver quién tira la primera piedra. Y así quedó la clasificación general.
A los pocos días remití una carta de protesta a la autoridad del Ministerio que ocupaba el cargo con responsabilidad en este tipo de proyectos. Me respondió que tomaba nota y que en el futuro se corregirían esos desajustes. Sí, creo que dijo desajustes. Como era de esperar, nunca más fui convocado para tales comités. Ni falta que hace. No sé si seguirán o no los "desajustes", aunque sí me consta que algunas cosas han continuado como antes.
Es lo que hubo y así lo cuento. Aunque me parta un rayo.

4 comentarios:

  1. Evidentemente se corrigieron los desajustes:

    "Como era de esperar, nunca más fui convocado para tales comités".

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  2. Pocas veces he visto un caso de desvergüenza como el que relatas. Pero me resisto a creer que la cosa fuera así, sin algún tipo de matiz que la dulcificara. Porque si fue como lo cuentas, habría qeu haber hecho algo más que escribir una carta al Ministro o a quien fuera, y deducir testimonio para proceder al menos por tráfico de influencias, y , en todo caso, para anular, por evidente desviación de poder la concesión de la financión de estos Proyectos tan sospechosamente evaluados por los propios responsables de este tema.
    No somos juristas?

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  3. Juan A. García Amado8 de marzo de 2010, 11:59

    Cierto, podemos también matar al mensajero. Y verdad igualmente que algo más se pudo y se debió hacer en aquel momento -y en tantos otros, y tantas veces, y...-. Somos juristas, sí. En aquella reunión de la que hablo creo que estábamos más de veinte juristas. Reputadísimos -salvo el que suscribe-.
    Desde luego, y aunque cueste creerlo (pensándolo mejor: ¿por qué cuesta creerlo?), las cosas fueron como he contado aquí, nada invento y nada exagero, nada. No hay matices ni edulcorantes.

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